Señores de horca y cuchillo

24 de noviembre de 06

La recién dictada pena de muerte contra Sadam Husein, ese recurso antidemocrático y contra Derecho, por muchos tribunales especiales que la avalen, es, de momento, la última de las consecuencias deplorables nacidas de la invasión a Irak. El presumible ajusticiamiento al, hasta hace nada, presidente iraquí transmite un sentido de la justicia poco ejemplar. Bien es cierto que el ¿cerebro? de las fuerzas regentes de ocupación había firmado ya más de ciento cincuenta penas capitales en Texas antes de okupar Washington. Con afán liberal y democrático, imaginamos. En territorio iraquí, W. Bush se propuso esquilmar el oro negro y, como efecto colateral, “democratizar” lo que saliera al paso. Dentro de poco, será el asesinato a Husein lo que confirme la bendita normalidad: quizás el premio Cervantes Carlos Fuentes subestimara al cowboy cuando lo llamó burro, cretino e ignorante. Todo marcha bien: algunos medios de comunicación españoles hace meses, si no años, que no informan sobre los atentados diarios que allí se perpetran. Lo que nadie se explica, entonces, es por qué a la luz del informe de Transparency Internacional, una organización dedicada a la lucha contra el fraude radicada en Berlín, Irak se ha convertido en el país –junto con Haití- más corrupto del mundo, descendiendo quince puestos respecto a su posición anterior.

La Unión Europea está en contra de penas y de muertes: la presidencia finlandesa de turno lo ha recordado en nombre de los Veinticinco. Pero permanece, qué va a hacer, de convidada de piedra, como un personaje de Zorrilla. Codo con codo con el impresentable paraguas podrido, otanizado y no intervencionista de la Onu: oficialmente en contra de la ejecución, pero prestando cobijo a la sentencia que la dicta. Instituciones regaliz. Como el Consejo de Seguridad pasado por el sobaco negro de Condolezza. Desde el comienzo, en el proceso se ha contravenido flagrante y constantemente toda garantía mínima, ha estado plagado de irregularidades, lo que nos recuerda que en el primer mundo –desde donde se tutela el tercero, no caigamos del nido- estamos hechos de tendones, músculos, huesos, sangre, agua y mierda. En el transcurso de las comparecencias tres jueces han sido reemplazados y, por haber, ha habido hasta once muertos relacionados con el caso -incluidos tres abogados defensores-. Lo expresa justamente Noam Chomsky: “Naciones Unidas es relevante cuando sigue las órdenes de Estados Unidos, pero irrelevante cuando no”. La última prueba, anteayer, cuando chafó la resolución contra el terrorismo practicado por Israel.

Reino Unido, socialdemócrata liberal, cuarta vía del pensamiento único, transmite por boca de su representante máxima en Exteriores que el dictamen ha sido la expresión “soberana” de un país como Irak. ¿Habría opinado igual Robin Cook? El fallecido parlamentario, que intentara aportar una “dimensión ética” a la política exterior británica, naufragó en la ciénaga. Respecto a lo de “país soberano”, ¿de qué país se trata? La decisión judicial ha pertenecido parcialmente al pueblo iraquí; los poderes judicial y ejecutivo no los ostenta ni en pintura. En Afganistán e Irak sólo hay karzais y hombres de paja, elecciones vigiladas. Para ver “país soberano” hay que subir las montañas de Tora Bora. Lo demás, soberano a medias. A leotardos. A calcetines de invierno.

Las comparaciones son más y más odiosas cuanto peor se mezcla la oficialidad de las formas de Estado. La naturaleza democrática de algunos países tenidos por estandarte deja mucho que desear. En el difícilmente analizable territorio arábigo, Irak era un país laico; ahora se encuentra dominado por radicales que mezclan el opio del pueblo con la política. Poquito antes de que la Guardia Republicana se revelase incompetente en la batalla, Naciones Unidas había felicitado al país por su esfuerzo en el desarrollo social; hoy sigue sin llegar la luz ni el agua a todo el territorio. La guerra no reportaba nada bueno, ¿alguien lo dudó? Ni para los pacifistas ni para los rambitos, ni para los invadidos ni para los invasores, ni para los parias de la tierra ni para los machos dominantes: Rumsfeld se va contento, sabe que nadie lo va a juzgar. A vivir de las rentas, como el Dioni. Pero se jubila antes de tiempo. Él pertenece a esa estirpe tacherizada de servidores abnegados capitalistas de la patria, como Pinochet. El hijo de Bush también se irá, también a la fuerza y, también, le dará lo mismo. Las vacaciones pagadas han terminado. Para su querido partido, en cambio, la vida sigue, mas sus potentados están a punto de desalojar los escaños del Congreso y del Senado con mueca descompuesta. El morbo circense de la ejecución no salvará a la derecha estadounidense del suicidio en las urnas. Curioso lo de los conservadores, para quienes tan importante es la vida unas veces, cuando no la hay –caso del aborto-, y tan prescindible en otras.

Entre la cultura compartida por los fundamentalistas terreros del kalashnikov y por los vaqueros del far west está la horca y la van a dar uso. Es ridículo pensar que contribuirá a pacificar la zona: el ex presidente sigue contando con nutridos segmentos de población afines a él, la violencia interétnica no cesará y los suníes lo elevarán a mártir. Derribar a un líder, reducirlo a la nada, siempre será mucho más impresionante que ver maniatado a un ladronzuelo de poca monta. Igual que ver caer al vacío las Torres Gemelas es distinto a comprobar cómo las excavadoras tiran la casquería de la esquina. Una imagen de Sadam yendo a que lo cuelguen es penosa. Como vergonzoso e impresentable habría de ser para los tutores del proceso de guerra –Casa Blanca y Downing Street- ceder a revanchismos atávicos el fallo de un tribunal compuesto ex profeso para condenar a muerte a ese hombre. Original manera de arrogarse competencias: atribuirlas al “pueblo iraquí”. Siempre y cuando el mazo del juez caiga sobre quien debe caer. Caballero Bonald, Premio Nacional de las Letras y Premio Nacional de Poesía, dedicó buena parte de su Manual de infractores para, además de analizar la huella que el paso del tiempo deja en las personas, disgustar a los bienpensantes –“gentes adiestradas en los arduos oficios de la majadería”- y a la invasión yanqui -“la ilegalidad de las verdades”, “el heroísmo del impostor”-. En su octogésimo cumpleaños se acaba de pronunciar con contundencia respecto de la condena: “Es una ignominia saciarse en la persona vencida. Desde que cayó el muro de Berlín todo va de mal en peor”.

Los delirios de grandeza de W. Bush pasaban porque el sheriff se convirtiera en un héroe homérico y llevar la invasión a un gran poema épico. La conquista de Troya por los griegos. Sin embargo lo que se acerca son unos Juegos Fúnebres como los referidos en el canto veintitrés de La Iliada. Esta vez, celebrados en honor a Sadam. Sobre los motivos que han llevado a inculparle, la excusa kurda se descubre desvergonzada. Según reza en el albarán, las armas químicas fueron vendidas por Washington para que las usara a discreción. Es de sobra popular que EEUU, seguramente el país que más resoluciones de la Onu incumple, también prestó apoyo logístico y militar a los talibán contra la Unión Soviética. Y, aunque las comparaciones son como son, habrá que añadir que ciento cuarenta personas gaseadas, hace veinticuatro años, no son tantas si utilizamos una vara de medir sin trucar: la que no atisba la justicia iraquí-estadounidense, argumentando que, claro, la mujer, con los ojitos tapados, no puede verlo todo. Y siempre serán menos que las ajusticiadas por W. Bush con su autógrafo. Hasta el ataque sobre Kuwait, Reagan había apoyado el uso de la fuerza contra los iraníes; la administración estadounidense dotó de medios a Sadam para fabricar armas nucleares y biológicas; en marzo de 1991 Cheney autorizó la matanza de shiíes “para estabilizar la zona”. Los crímenes no fueron tantos, sobre todo, cotejados con los de sus patrocinadores. Ahora castigan a la mascota por haber sido obediente con los amos.

Sin haber sido aclaradas muchas zonas oscuras del 11-S, cuya responsabilidad podría alcanzar a la cúpula política de Estados Unidos, el presidente imperial ha propiciado y amparado la muerte de decenas de miles de personas en las contiendas que se inventa para dar salida a su arsenal antes de que caduque. Ha matado tan indirectamente como su enemigo a muchísima más gente que él, fruto de una invasión de la que ya se ha contado todo. Por ejemplo, cuando sus bombarderos con la bandera de las barras y las estrellas tatuada en el lomo exportaban democracia a zambombazo limpio, atinando contra hospitales, disparando como escopetas de feria. O como cuando espolvoreaban uranio empobrecido en Yugoslavia.

¿No podía alguien haber previsto la posguerra, extendiendo un marco legal garantista, que desarrollara los derechos humanos? No convenía. Una de las maneras escogidas por la sociedad de clases para manifestarse en la democracia occidental insalubre de cada día ha sido este ridículo paripé. Asesinar a Sadam Husein. Un “importante logro” para don diablo -como le llama Chávez-. Qué fácil, hablar y disparar desde una habitación acorazada: él no será carne de ningún Tribunal Penal Internacional, tal como solicitó Harold Pinter en su discurso de agradecimiento del premio Nobel de Literatura. Blair, tampoco irá. Aznar, menos. Los autores intelectuales de la invasión están claros. Pero también a salvo. ¿Qué los exime de ser juzgados algo más que socialmente en las urnas? Los papeles están repartidos. Si te ha tocado el disfraz de malo, te aguantas.

Ante el tribunal de apelación, la defensa recurrirá sin esperanzas: todavía están a tiempo de ahorcarlo dos veces. Como último deseo, el reo pedirá, en vez de un cigarrillo, un pelotón de fusilamiento. Tampoco se lo concederán: si la edad no lo impide el año que viene, morirá indecorosamente -¿cuándo la muerte ha sido decorosa?- estrangulado.

Seminci dos mil siete

3 de noviembre de 06

Nunca una Espiga conservadora había gustado tanto en un festival tenido por progresista. “Goran Paskaljevic”, se oyó en el a menudo mal sonorizado Salón de los Espejos. Escuchar el nombre del bosnio permitió el alivio: su cinta era una de las dos o tres, sobre quince, merecedoras del primer premio, un plantel pobre fruto, entre otras cosas, de la seminueva política del festival: huir de la apuesta segura en beneficio de la arriesgada.
Paskaljevic, quien explicara los cometidos de un vigilante de playa en invierno hace ya algunos años en los cines de García Morato -mientras al Calderón le arrebataban la piscina de agua y, con ella, su buena acústica- se ha convertido en un juez de paz ajeno a litigios y favorable a mantener la fiesta en calma.

¿Por qué esa manía de renovar lo que marcha adecuadamente? Una cosa es que no siempre granice a gusto de todos, algo normal y hasta cierto punto deseable, y otra que sólo salgan chuzos por la boca de los semanistas. Reflexión. La quincuagésima Semana Internacional de Cine la han salvado los ciclos de fondo –esas monografías de turno, ese tiempo de Historia-. Ellos mantuvieron el respirador en la boca del paciente los últimos días, cuando al espectador la paciencia se le derramaba por el lacrimal y bajaba por la mejilla en busca de labios rojo seminci. Es justo observar que un festival –éste- no se compone de quince o veinte películas, sino de un centenar y medio: sería injusto no valorar el nivel de las proyecciones exhibidas fuera de la Sección Oficial.

Lo ideal -y lo difícil- es seguir redescubriendo edición a edición la fórmula exacta, la pócima que ha permitido durante tanto tiempo compatibilizar el trampolín y el podio. La cinta que podría ser con la que es, la hipótesis con la certeza. Lara demostró que la cuadratura del círculo se podía realizar. En cualquier caso, en un certamen con la solera y el prestigio del de Valladolid, el único criterio válido ha de ser el regido por la calidad. Y en segundo término, contemplar la apuesta.
Para los novatos -con películas a las que, incluso, les falta distribuidora- la misma exhibición de sus metrajes debería ser reconocimiento suficiente. Y para mayores palmaditas de apoyo estaría el premio Pilar Miró: la Espiga no debe, no debería poder, acabar en matíasbizes. El palmarés del año pasado constituyó una falta de respeto. Más, cuando competían Haneke, Von Trier y otros cuantos –autores menos afamados pero con títulos igual de poderosos-, por lo visto, en desigualdad de condiciones. Todos, figurantes, a las órdenes del director de la peor película con diferencia.

Berlín, Cannes y Venecia acaparando lo más interesante, si no hay dinero para asegurarse algún estreno internacional, habrá que intentar retener, al menos, alguno nacional -sabiendo que preestrenar, de acuerdo, tampoco es la función-. A la Semana cabe asociar nombres de prestigio, directores que, bien a gusto, han escogido Valladolid para que sus películas penetrasen como un virus en España: Ken Loach, Costa Gavras, Ang Lee, los Dardenne, el mismo Paskaljevic. Éstos, tan sólo, algunos de los últimos años.

Volviendo a la actualidad, es difícil imaginar una cosecha tan mala que justifique la sección a concurso de este año: ha habido voluntariedad, premeditación, a la hora de hacer otro festival. Y el resultado es el que ha sido: anecdótico y cargado de buenas intenciones. Puestos a modificar, en vez de espigas, que se otorguen pajas, cereales desgranados. Como purititas excentricidades deben calificarse la apertura –animación-, el cierre –documental sobre fútbol- y algún ciclo –como el dedicado a videojuegos-. Errores perdonables si la Sección Oficial hubiese sido lo que era. Pero es que, tampoco.

De mantenerse, la dilapidación del caudal adquirido será como la de ese Charles Foster Kane al que le sobraba el dinero. Pero pasa que los cerca de dos millones presupuestarios no son la herencia que a él le permitía malgastar anualmente un millón de dólares -y del cuarenta y uno-. Él necesitaba sesenta años para arruinarse; nosotros, dos. Un crítico veterano y, por lo común, de opinión moderada, llegó a afirmar por las ondas que el pateo –más aplauso burlesco- a El ciclo Dreyer debería haberlo recibido el director del festival que es, al fin y al cabo, quien escoge y tiene que responder ante la deficiente selección de este año.

Los principios teológicos de la Seminci deben empezar y acabar en el cine entendido como arte, a la busca de estéticas con mensaje, paisajes internos expresión de externos. Cine semilla de cine robusto. Cine ajeno a aquél que va directamente, según el gran Ángel Fernández Santos a “los vertederos de chatarra audiovisual que hay agolpada debajo de la crónica de este tiempo”. Cine con recorrido.

Por, otra parte, habría que abandonar toda tentación de descubrir talentos, en beneficio de los concursos malos de televisión, de los grandes hermanos disfrazados de canción ligera o de lo que sea. Juan Carlos Frugone no es un cazafantasmas, como esos ojeadores del fútbol profesional. No es su cometido, que uno sepa.

Y ya que no trabaja como entrenador, siguiendo con el símil futbolístico, la clave tampoco habrá nadie de buscarla fuera –cambiando el técnico-, sino dentro, con autocrítica. El director ha demostrado capacidad intelectual suficiente para mantenerse, de desear sería, muchos años al frente del festival; festival al que hay que acunar como lo que es: un bebé de cincuenta y un años. Y que cumpla muchos más

Cuando el mayor patrimonio es la tradición, renovar se presenta como una opción peligrosa. La tentación de añadir un sello personal debería estar supeditada al interés de lo estampado. Los experimentos con gaseosa. Si no, directores debutantes: pidan el teléfono de Frugone y les hará un hueco por la simple virtud de estar empezando.

Dedicar los próximos años seminceros a óperas prima –o casi- es una apuesta más que arriesgada: igual que puede acabar en desastre, nunca garantizará el éxito absoluto. En un oscuro punto intermedio, ahí, nos moveríamos. Hacer de la búsqueda del director novel o anónimo la insignia, no tiene ningún mérito y arrasa lo heredado. Podría convertirse en un error trágico. Insistir en una fórmula que suscita el desprecio tanto de las críticas provincial, regional y nacional en radio, prensa y televisión como del público sólo redundaría en un festival de provincia, internacional sólo en el nombre, y, habida cuenta de la competencia creciente, su desaparición. Prevengamos para no curar. Permitamos que el azahar, siempre mejor que el azar, decida el imprevisible transcurrir de las cosas.

Volando a ras del suelo

29 de octubre de 06

Dicen los sicólogos encargados de estudiar el asunto que soñar con volar es una expresiones de placer más intensas que podemos sentir las personas. Quien más, quien menos, de una u otra forma, ha sobrevolado tejados poblacionales, copas frondosas de árbol todavía sin talar y se ha hecho amigo de las nubes. No hace falta quebrarse mucho la cabeza para entender que estos sueños expresan siempre algún tipo de felicidad y son metáfora de superación de obstáculos y/o de liberación.

Lo que podíamos no saber es que, estos vuelos en los que superamos en altitud al grajo friolero, hallan su origen en las sensaciones que de bebés tuvimos cuando un adulto nos alzaba con las manos. Esto me invita a pensar que muchos animales domésticos también soñarán de manera recurrente con elevarse y surcar los cielos, ya que extraño será el día en que sus ‘propietarios’ no los tomen en el regazo, bien para acunarlos, bien para cambiarlos de sillón. Siempre y cuando el tamaño y el peso lo permitan, claro. Así, los animales caseros, cuando se sientan amenazados y perseguidos mientras duermen –los hamsters, los peces y los pájaros por los gatos; algunos gatos y todos los conejos por los perros, etcétera-, resolverán de manera distinta la pesadilla: en vez de salir corriendo como los humanos, se limitarán a despegar como los aviones. Al modo en el que los gatos trepan por los árboles como keithrichards por las palmeras. Pero mediante una ascensión más evolucionada: cual ángeles almohadillados.

Sobrevolar la región es sobrevolar el páramo, la tierra yerma, yerta. Los campos, en definitiva, partidopopulares de Castilla. Algo, cuando menos, aburrido. Cantaba Sabina: “Algunas veces vuelo y otras veces me arrastro demasiado a ras de suelo”. Volar por Castilla supone precisamente esto último: arrastrarse por el suelo. Tan poéticos somos.

Si vamos al detalle, encontraremos su capital, Valladolid, rodeada de agujeros que poco a poco se van cosiendo e imaginaremos las trincheras. Los vallisoletanos, si nos damos cuenta en mitad de ronquidos y madrugada de que vamos a remontar el vuelo sin querer –o de que nos obligan a remontarlo-, tendremos la posibilidad de valorar destinos y, siempre con alas de cera, escoger donde caer.

Valladolid es un cuerpo de autopsia, la anatomía urbana de un campo lleno de cicatrices como cualquier barrio berlinés socavado por las bombas. Lo lleva siendo meses que parecen años. Pero ni somos Madrid ni nos van a dejar como si lo fuéramos -ni falta que hace, nos regalaron la capital de reino y la devolvimos-. Los accesos a la ciudad se complican, sus paseos principales resultan arrabalescos cementerios de automóviles –y más que serán- y en el centro hormigas gigantes coleccionan glebas. Lo mismo más de un votante, al cruzar Miguel Íscar se tuerce el tobillo y, el día de las elecciones,… quién sabe.

Si eleváramos las miras y, puestos, eligiéramos Castilla la Nuestra para movernos por sus aires y contemplar el erial, siendo como es el suelo la perfecta representación de nuestro inconsciente, sería un fallo perverso y pervertido. Fallo, entendido en toda su polisemia: ya hemos dicho que en lasnueveprovincias somos muy poéticos. En la Comunidad no hay tropiezos, de hecho, las últimas huellas se borraron hace mucho.

Pero como Castilla es un cascajo, un trasto viejo, que no aspira a estatuto porque sólo espira –y expira-, lo mismo alguien a bordo de un cuatrimotor se empotra contra la atalaya desvencijada, adormecida y dejada de la mano de algún dios griego en un pueblo pretérito y, el día de las elecciones,… Sería el equivalente a los choques de avionetas contra los rascacielos de Nueva York y, visualmente, una imagen –erre con lo literario- de lo más atractiva.

Tirar de la cuerda de la estación

18 de octubre de 06

Desde tiempos pretéritos los bosques han servido de cobijo para duendes y criaturas desconocidas. Los pinares no son bosques en sentido amazónico, pero sí superficies arboladas a la medida de animalillos, algunos, en extinción, y con efectos de pararrayo contra el calentamiento de la Tierra. Desde hace pocos días, en Ávila hay menos reino animal capaz de irse por las ramas.
Carlos Fernández Carriedo ha ido, brocha en mano, marcando con una cruz los pinos de la zona conocida como ‘La cuerda de la estación’, en Las Navas del Marqués -Ávila-. “Éste sí; éste, no; estos mil seiscientos, sí; éste, tampoco”. Ello se deduce de los argumentos esgrimidos por la empresa taladora: “Cortamos los árboles marcados por la Consejería de Medio Ambiente”. Ahora Carriedo anda diciendo que el fallo del TSJ debe servir para reflexionar en aras de una mejor protección de la naturaleza. Pero lo dice con la boca pequeña, pues durante los últimos meses ha trabajado como un correcaminos para impedir que ninguna Justicia pudiese frenar el gran plan.

El resultado es que un lugar de especial valor ecológico, ocupado por algunas de las poco más de trescientas parejas de cigüeña negra que viven en la península, quedará amputado: la Junta ha otorgado los permisos correspondientes para recalificar como urbanizable una superficie en la que -se- quieren construir: mil seiscientos chalés, varios hoteles -el número depende de la fuente- y cuatro campos de golf.

Dice Gustavo Martín Garzo, al margen de que también “contaminamos ríos y mares, nuestras fábricas envenenan el aire y transformamos las costas en una urbanización sin fin”, que hemos dejado de escuchar o de tener en cuenta “lo que nos dice el mundo natural”. Tiene razón: el capricho político ha querido que algunos defensores de la actuación planeada sincrónicamente por los gobiernos local y regional encuentren un descargo en las declaraciones de impacto ambiental que obligan a repoblar en otro entorno una superficie semejante a la destrozada. Pues no, no es lo mismo el emplazamiento natural que otro sacado de la manga por un tahúr. Igual que hacer una fuente no justifica cambiar el curso de un río para que quepa un campin. Se demuestra, por ejemplo, cuando llueve con ganas: la naturaleza se rebela. Las cosas son como son y no como queramos. Las cigüeñas negras no saben jugar al golf y, a vuelta de migración, tendrán que cambiar de entorno. Y ya estaremos modificando el principio moral salomónico de respetar ese orden justo y natural de las cosas. Con el agravante sospechoso del propio contexto: a la puerta de casa pasará el tren que conectará la zona verde gris con el centro de Madrid en menos de una hora.

La repentina y desaforada proliferación de campos de golf en toda España suele esconder propósitos espurios, elimina bienes naturales, chupa un agua cuyo consumo no se rentabiliza y favorece la práctica de un deporte pijo y diseñado elitista, favoreciendo la revaloración de los terrenos y de la sociedad de clases. Porque, al margen del daño que sufre el Ambiente, ondea la visión de quien, a falta de vivienda en condiciones -más euríbores que aprietan las tuercas de los créditos y bancos y cajas que renegocian las hipotecas-, programa miles de chalecitos ‘alto standing’. La diferencia entre gobernar para la mayoría y hacerlo para polarizar los segmentos de riqueza.

Es importante señalar que el veinte por ciento de las acciones de la sociedad creada para la compraventa de terrenos son posesión de la propia. El setenta, pertenecen al, también, gobierno popular del ayuntamiento de Navas. El resto, Diputación. O sea, empacho popular.

En la vida hay dos maneras de esquilmar la naturaleza, como hay dos maneras de hacer las cosas -mal y bien-: una, con nocturnidad, dejando un reguero de gasolina y llegando a casa con la ropa sucia de olor a fogata; otra, legalmente: firmando, rubricando, recalificando, estrechando manos, eligiendo el color de la corbata y el nombre del restaurante. Lo compraron protegido, lo recalificaron y lo vendieron.

A veces, mejor que desmenuzar las conclusiones, conviene que el lector las saque. Blanco y en botella. Y algunos todavía dirán: “¡Ribera del Duero!”. Pues allá ellos, con sus anteojos deformantes como espejos importados del país de las maravillas, y en el que me han dicho lleva gobernando veinte años el mismo partido. Cuesta abajo. “¡Pero así se ahorra gasolina!”, responden los mismos que veían vino donde había leche.

El mayor reto de la derecha política es el descrédito de la misma actividad política y, pronunciado el fin de las ideologías, conminar al ciudadano a que vote gestores, empresarios, conspiradores del déficit cero. Porque, total, ‘todos son iguales’. Pero, leñe, ellos no cambian el voto. Qué disciplina la de estos indiferentes.

Para hallar la raíz de los problemas no hay más que tirar del hilo. En este caso, de la cuerda. De la cuerda de la estación.

A pesar de Pedro llegará el lobo

13 de agosto de 06


Aparecía ante los medios afanada como un pastorcillo, con complejo de arreador de cabras. Reeditando ‘Pedro y el lobo’, en el papel estelar de Pedro. Divertido cambio de sexo. “Que vienen los Stones, que vienen los Stones”. Y los Stones no aparecían. ¿Cuántas veces los hechos llegaron a rebatir sus palabras? Le gustaba salir a la pradera a marear al rebaño. Existe otra teoría y es que la fábula se hubiese convertido en ‘Pedro y la loba’ y quisiera atemorizar al personal con aúúús. Pero eso de la loba la dejaría en mal lugar y además suena machista y grosero. Optamos, más fidedignamente, por la hipótesis del quirófano. Ella organizaba ruedas de prensa anunciando la llegada del lobo y los periódicos caían en el cepo recogiendo sus mentirijillas.

Quizás por cosas como ésta me gusta cuando calla. Pero, estando como ausente, erre que erre, volvió a mentar el nombre de dios –o de los dioses- en vano. Tan religiosos que son en el partido, hostia. “Que vienen los Stones, que vienen los Stones”. No nos fiábamos. Pero había tantas ganas de ver a la mejor banda de rock de la Historia en Valladolid que muchos hicimos la vista obesa y fuimos mansamente a comprar unas entradas que seguían sin estar disponibles. Segunda vez que se nos quedaba cara de tontos. Después de haberse dilatado la concreción del concierto hasta exasperar y de haberse anunciado fallidamente la venta por primera vez, la consejera del bosque había manifestado orgullosa la noche anterior que, “después de meses de gestiones” seguro, por fin, iban a estar a la mañana siguiente. Palabra de pastorcillo. El colmo. Como la memoria suele ser infiel, conviene recordarlo.

Pero la oposición agosteña andaba de holganza. Todas las semanas organizaba ruedas de prensa para disimular, pero vacaciona más que los escolares. El caso es que era febrero y no estaba. No podría precisar si anticipando las fiestas de verano o alargando las de Navidad. Nadie pidió dimisión alguna en Cultura. Por acción, por omisión, por incompetencia, inoperancia o por peras en dulce. El partido medieval que gobierna el castillo de Fuensaldaña tiene facilidad para solicitar del resto que lo haga, pero pensar un ‘motu proprio’ les causa jaqueca. La prédica con el ejemplo. Aunque el ridículo los acorrale en el hecho más importante habido en Castilla desde que fuera reino. No se trata de pedir renuncias a lo tonto, esta vez sobraban los motivos.

Repasemos algunas excusas ofrecidas a posteriori: -no estaba actualizado el sistema informático; -no se había firmado y pagado el seguro pertinente; -faltaba llegar a un acuerdo con las cajas de ahorro. ¡Y de ello se daban cuenta siempre la misma mañana en la que se tenía que estar vendiendo el papel! Chorras o trabajados, los pretextos dejaban constantemente al pastorcillo en evidencia, quien ya mostraba nervios y sonrojo -también pudiera tratarse de los primeros rayos de sol de la primavera sobre sus mofletes-. “¿Qué decimos hoy?”, preguntaba a sus asesores mientras trabajaban en un laboratorio inventando excusas futuras. No obstante, muchos empezamos a intuir que, en verdad, el pastorcillo no quería que vinieran sus satánicas majestades.

Nadie sabe qué conjunción de astros propició tiempo después que se comenzaran a vender las entradas -cochambrosas impresiones sin rastro del color y de la estética que las caracterizaba-. En ellas venía la fecha y la hora de un concierto en el que los escépticos y los ateos vaticanos nos seguíamos negando a creer. “Dejemos pasar el tiempo a ver qué malas nuevas acontecen”. Y acontecieron; y acontecieron.

Primero fue la caída de Richards desde lo alto de un cocotero, poniendo en peligro la gira y su propia vida. Un experimentado trepador semidesnudo de palmeras como él… ¿Acaso no habría viajado nuestro Pedro de incógnito a las islas Fiji, para tirarle una piedra, favoreciendo su caída de cabeza? Lo imagino agachada detrás de unos arbustos o semienterrada en la arena. En ningún caso haciendo ‘top less’. Después se conoció el ingreso repentino del segundo guitarrista Ron Wood en un centro de desintoxicación para curarse la bebida. ¿Quién le indujo a retomar la botella? Oficialmente, la causa estaba en el estrés de los conciertos y en la preocupación por la cirugía craneal de Keith. Pero aseguran quienes lo atendieron que llegó con cascabeles pastoriles atados al clavijero de su Stratocaster.

En mitad del desconcierto, nunca mejor dicho, en la Junta llegaron a intentar lavarse las manos, aludiendo a que ellos no negociaban, sólo patrocinaban. Sin embargo, en Gaupasa, teórica oficina de contratación del concierto, con Gay Mercader a la cabeza -manager del grupo en España-, puntualizaban: “La Junta de Castilla y León es la que organiza, nosotros sólo somos intermediarios”. Organizar incluye negociar –bajo el nombre empresarial que se quiera poner a una segunda cabeza-. Jugar con la gente lleva aparejo el descrédito. Finalmente los Stones vendrán y pondrán, en sustitución de la de Prokofiev, música a esta versión moderna del cuento, cuya vieja moraleja dice así: “Los campesinos pensaron que sería una broma, como las veces anteriores. Nadie acudió para ayudar a Pedro, quien vio cómo el lobo acababa con su rebaño. Cuando los labradores se enteraron de lo sucedido se enfadaron con él y le dijeron: ‘Esperamos que te haya servido de lección, las personas que mienten no pueden esperar que los demás confíen en ellas, pero te daremos cada uno de nosotros una oveja para que puedas volver a tener un rebaño’. O sea, contra el conservadurismo, generosidad.

Aunque luego nuestros políticos románicos exploten los derechos de imagen y se cuelguen la medallita del abaratamiento de las entradas, sabemos que ni el Támesis es el Pisuerga ni la subvención es la que Fraga donó cuando el grupo tocó en el Monte de Gozo. Cuando se subvenciona, casi se asumen pérdidas. Lo contrario se llama comprar un espectáculo y revenderlo con la esperanza de rentabilizarlo. En todo caso, la comitiva de festejos regional –Pedro incluido- no sabe quiénes son los Stones, no tiene sus discos en casa y nunca ha viajado por España o fuera de ella para verlos en directo. No sabe su posicionamiento político ni la carga radiactiva de sus acordes sincopados.

Estos ‘Balas Perdidas’ –auténtica traducción de Rolling Stones- no han desaprovechado la oportunidad de criticar las consecuencias sociales de ciertas maneras de ejercer el poder. A pesar de dormir en camas propias del monte Olimpo nunca han sido insensibles al entorno que los ha rodeado. Y no se trata de jugadas preestablecidas por el márquetin. Ciñéndonos a sus dardos, casi siempre la derecha política ha sido el blanco de su diana. Sus letras más contestatarias han tenido siempre como protagonista al gobierno de Estados Unidos, asumiendo la censura que ello les pudiese acarrear. Tres ejemplos. ‘Street fighting man’ -1968-, contra la invasión en Vietnam; ‘Highwire’ -1991-, contra los bombardeos en el Golfo Pérsico a comienzos de los noventa; y la reciente ‘Sweet neocon’ -2005-, dedicada irónicamente a Condolezza Rice y, por extensión, a la condición ética neoliberal. Finos retratos sicológicos comparables en la pintura a los realizados por Lautrec o en la literatura por Pío Baroja.

A pesar de que su avión privado haya pisado heliopuertos más confortables que el aeropuerto de Villanubla… estarán aquí. O eso soñaremos. Cuando pisen suelo vallisoletano tendrán que clavar bien la bandera. Les ha costado más tocar una noche en Pucela que las tres que se marcan cada gira en Buenos Aires o en Nueva York. Al final, pese a quienes los contrata, los Stones vendrán. Y encima, el de Valladolid, gracias a las suspensiones en Madrid y en Barcelona, será un concierto importante: con espectadores en el escenario y retransmitido al mundo vía telefónica por medio de una tecnología que ellos mismos estrenan.

El día catorce subiremos al estadio. Haremos como que creemos lo que estamos viendo. Después de los ciento veinte minutos que acostumbra a tocar la banda inglesa, se encenderán los focos del estadio. Tocará quitarse las legañas. Haber tenido en casa a Jagger, Richards, Wood y Watts habrá sido nada más que un sueño. El sueño de una noche de verano. Del verano de dos mil seis.

La casa del poema

4 de febrero de 06

Jaime Caruana advierte de los problemas que le pueden sobrevenir a un sector de familias vulnerables a la subida de los tipos de interés: la vivienda cuesta más de lo que vale. No creo que nadie hubiese puesto en duda el abuso constante que se hace del ladrillo. En argot, los pisos vacíos se llaman ‘vivienda libre’. Así, en plan anarquista. Y su precio, contrariamente a lo que cabría suponer, crece. En Castilla y León también. Poco, pero sube. La nuestra es la región con el segundo crecimiento más bajo de 2005 en este particular, por detrás de Cantabria. Concretamente, subió un 7,5%, lejos del 16,5% habido en Valencia. ¿Y esto es bueno o malo? ¿Somos más asequibles a nosotros mismos?, ¿crecemos poco porque somos nada? ¿Qué ecuación soluciona lo sobrevalorado de la vivienda cuando ésta no deja de crecer incluso en plan ‘libre’?

El de la construcción es un negocio inflado del que vivimos para luego endeudarnos en el intento de comprar los pisos que vamos fabricando. Si no compráramos, dejaríamos de producir. Y si dejásemos de producir, no seríamos personas, pues el homo actual está cimentado sobre la base del comercio.

Ante los problemas que acarrea pagar la hipoteca en los plazos acordados, ante lo complicado de encontrar morada sin pasarlas ídem; ante lo concurridos que están los bajos del puente, se impone pedir posada en las librerías. Llamar con los nudillos a puertas con felpudos tejidos en verso. Por qué vivir en establos con palacios reales inhabitados; los ‘okupas’ dicen que no hay ni pocilgas dignas de diezmo. José Manuel de la Huerga lo ha entendido y ha ido en ayuda de Trujillo –en la Junta todavía no hay Consejería de Vivienda-. Ha escrito ‘La casa del poema’: una biblioteca pública, un dormitorio con baño, un balcón a las afueras, la casa del pueblo, el reloj consistorial, los nidos de la cigüeña que crotora en los campanarios. Una estancia donde pernoctar bajo riesgo de ver las motas de polvo que cubren el vivir: los defectos de fábrica, las malas artes adquiridas, los sentimientos desconchados, las paredes a medio soplar porque un lobo amenaza con buscar en ella a los tres cerditos que huyeron de las Azores.

De la Huerga ha ido buscando al poema y unos versos han salido a abrirle la puerta. Se trata de páginas maceradas durante por lo menos diez años. La aparente sencillez en las formas bien puede ser la hondura venida de la precisión, la inspiración, la ironía y el genio. Lo mismo que pasa con Esperanza Ortega, para hacernos una idea.

Lo publica Difácil, un sello lacrado por un loco profesional, César Sanz, quien cree que la literatura puede llegar a salvarnos la vida. Y tiene razón. Por ejemplo, en este libro hay páginas que alimentan más que un mendrugo de anteayer. Hay páginas que no desmerecen el árbol que se taló para imprimirlo en un costado de su tronco. Como los de Ortega. Todo guarda relación. Todo tiene que ver con el pelo que nos toma el mercado con navaja oxidada de afeitar, aunque luego nos quiera cobrar el corte como si unas manos diestras hubiesen tomado la tijera. Claro, que siempre podremos refugiarnos en los manicomios para leer y escribir. Como un doctorpasavento tras la pista de Robert Walser. Pero paneros sólo hay uno. Únicamente a él le permite decir ciertas cosas – “El loco yerra pero no miente; el nuevo papa es un filonazi; hace siglos que sólo ETA hace oposición; lo de Rasputín fue una noche y a puerta cerrada, lo mío va para veinte años y es a la luz del día”.

La creación -pongamos de gesto huido, con manos extendidas y humilladas- se aposenta sobre las rodillas peludas de Darwin. Lejos del creacionismo yonqui, digo yanqui. Allí se encuentra también el cuaderno de notas de De la Huerga. Un delahuerga con barbas, como Darwin y como mi tío paterno, en un tiempo en el que los barbudos están tan mal vistos... ¡No sé cómo Rajoy aguanta sus carúcunlas! Miren a Herrera, lo claro que lo tiene sin rastro de pelo en mofletes y papada. Si todavía fuera un bigotillo... El de Aznar, por ejemplo, cada vez más apurado, sirve para ocultar una cicatriz. ¿Qué ocultará el pelaje de don Mariano?

Cuando hay que ocultar, malo… A la derecha británica sus delfines le han salido algo borrachos y amigos de los/as prostitutos/as, esos/as enemigos/as de la Botella. Por eso –aunque con Blair a la izquierda no hay derechas que valgan- los mandamases ‘tories’ han pedido que se retiren aquellos candidatos que guarden cadáveres en el armario. ¿Qué guardarán los armarios de Génova?, ¿qué guernicas, qué venenos papales –digo, palpables- de castidad, qué manuales cínicos de buenas costumbres?, qué miedo…

El caso es que De la Huerga, con pelos cubriéndole la cara y todo, acaba de publicar un sistema con toda la modestia del mundo, un libro capaz de aportar luz acerca de la creación y las creaciones. La palabra sin afeitar, la gestación del poema. De tal modo, el autor repara en ‘sonidos oscuros’ en medio de ‘atardeceres malva’. La casa del poema tiene repisas que amortiguan ‘el piar ansioso de las crías’, cuyos gritos llegan ‘hasta los últimos tesos’ a los que alcanza la vista.

En el libro hay verdades como puños desde la misma ilustración de la cubierta. No tiene red: es un páramo de León. Pero también podría ser un acantilado de Cádiz, las olas que embisten el aire a su llegada a la costa. ‘La casa del poema’ es una obra que, al contrario de la vivienda que padecemos, vale más de lo que cuesta. Entre la carestía de la vida y las habitaciones vacantes, este piso no tiene techo ni ventanas pero es un resguardo ante tanto frío. Frío de invierno y del de verdad. La casa del poema tiene metros cuadrados para aburrir, pero De la Huerga los ha condensado en menos de cien páginas.

Árboles y piedras como lienzo

4 de enero de 06


Los fines de año son dados a la estadística y al recuento. En este diciembre de 2005 sabemos que más de la mitad de municipios en la provincia de Valladolid ha perdido población durante el último año. Ciento treinta localidades, incluida la regidora, han sufrido un descenso demográfico que no lo paran ni las regularizaciones a lo bonzo, esas aperturas controladas de los diques del mar ingobernable. Que no interesamos ni a los inmigrantes que arriban la península en patera, vaya. Que el ‘efecto llamada’, de existir, es una especie desconocida en nuestro hábitat. Que aquí hay poco que rascar.

No es que se dividan solas las hogazas de fuego y las carpas de río, sino que no hemos pasado de la tabla del dos para poder multiplicar panes de higo y peces de ciudad. Tres ejemplos: en la capital, la población se ha reducido en 712 personas; en Medina del Campo, viven 178 menos; y 145 en Tudela de Duero, en donde, por cierto, hace cosa de dos semanas murió un chaval al caer desde un árbol mientras cogía piñas. Así que otro menos: 146. La Guardia Civil dijo haber iniciado una investigación para esclarecer las causas del fallecimiento. No es de extrañar que, habida cuenta de la precaria situación, hasta la Guardia Civil se dedique a velar por la demografía.

En Ávila, una de esas provincias rival de Teruel, Zamora o Soria, el porcentaje de pueblos que van alquilando la sábana y las cadenas para convertirse en fantasma asciende al 70%. Sólo 49 pueblos de 250, ni el 20%, superan los quinientos habitantes. Castilla y León padece una fuga de estómagos imparable: a la Comunidad no la repuebla ni una agrupación de voluntarios del Opus.
“Cuando de joven iba a Ávila me parecía Constantinopla, porque me parecía algo grande; cosa que no pasaba cuando iba a Madrid”. Lo rememora, redundante y todo, Jiménez Lozano, un escritor al que da más gusto escuchar hablar que leer escribir. Y entendemos lo que dice: a cierra ojos las murallas contienen una vida primigenia. Bien, pues con solera o sin ella, cuando alguien se deja caer por estas tierras del diablo, salta la noticia; cuando la migración nos mira, en vez de mirarla nosotros, los periódicos recogen el hecho, ¡paren las rotativas! Es el caso de Agustín Ibarrola, un jubilado del País Vasco que se ha buscado albergue al menos para unos años en esa tierra pelada que responde al nombre de Castilla la Nuestra. En Muñogalindo, Ávila. Quiere conocer Constantinopla, estar cerca de ella. Prototipo de pueblo castellano, conviven 435 vecinos. Dieciséis menos de los que había hace cinco años, uno menos que el pasado. Y este hueco, precisamente, es el que va a cubrir.

Con Castilla y León pasa lo mismo que con un diario monárquico del que se comenta que, lector que se le muere, lector que pierde. Se gasta dinero en publicidad adolescente pero no tiene recambio generacional y, en todo caso, los jóvenes no leen. Pero, henos aquí sorprendidos: a Muñogalindo, a Ávila, le ha salido uno. Aunque sea de 75 años y con la vida resuelta. La muerte ha sido hasta ahora la primera causa de migración entre los propios; el castellano tampoco sobresale por lo emprendedor.

Ávila lleva veinte años siendo Patrimonio de la Humanidad, una condición que no ha podido derogar ni el PP con la reforma ciega de la plaza de Teresa. Le llegan mangas verdes, le llega un prófugo del nacionalismo vasco a esta constantinopla castellana. Ibarrola se afinca en Ávila, esa provincia. Creyente del 98, viaja a Castilla como sus antepasados peregrinaron literariamente por los campos nuestros de cada día.

Ibarrola es un señor que pinta árboles y que en estos momentos se dispone a teñir piedras. Como un escolar. También es un españolista acosado por serpientes y hachas. Afirma tener trabajo para años, y eso que obra a buen ritmo porque tiempo no le sobra. Se ha emboscado en un enjambre de veinte hectáreas para conseguir un museo sin paredes. Parecido al que tiene abierto en el norte. En busca de las claves de sol de su partitura, el otro día me acerqué con Alberto Prieto al bosque de Oma. Allí contemplamos las figuras dorsales que el artista debía de entender que sangraban los troncos. Hay que resolver que es un cachondo: huyendo a cuarenta minutos de Guernica, horas arriba, horas abajo; lo imaginas tomando el camino torcido durante meses hasta llegar al ‘lienzo’ y poder desembolsar los botes de pintura. Hace lo que le sale de los pinceles. Acaba de pedir litros y litros de titanlús a Sus Majestades los Reyes para redefinir el alrededor abulense. Así que es de imaginar lo que tiene pensado para estos lares. Ayer cambió la resina por el disolvente de la pintura; hoy sustituirá la sustancia mineral de las piedras. En un bosque de encinas a unos veinte kilómetros de la capital.

Que nadie que haya oído hablar de su plan –últimamente todo el mundo tiene uno- tema por la muralla. Lo de ir pintando las piedras que salgan a su paso tiene que ver con pedrolos situados a las afueras. A Ibarrola le gusta el camino más largo y hacer que se pierdan los visitantes de sus exposiciones permanentes. Puede resultar chocante que el tablero natural donde juega -el proyecto en su conjunto, quiero decir- cueste seis millones. Y es que hay mucha labor por hacer y que pagar: que si un castin de minerales, que si contratos de extras arbóreos y avecillas que canten al albor, que si comprar un hacha para cortar la madera que, una vez clavada y en forma de flecha, sirva de señal campestre de tráfico. Total, que para juntar tanto euro se ha hecho necesaria la participación de entidades vascas, instituciones abulenses y la propia Junta. La ‘intervención paisajística’ consistirá en “un bosque de Oma a la castellana”. Esperamos haya programas para que el visitante se ubique mejor. El ‘complejo’ estará listo en un par de años.
Este hombre tratará de interpretar lo que las piedras quieren decir; no las emborronará. Su respeto por la naturaleza le devuelve a la izquierda política en la que militó. Cuando Ibarrola tumbe sobre la camilla al paisaje castellano, reverdecerá el pasado marxista que posee en las arrugas de su frente. Vestirá gafas de Freud un día sí y otro, no. A ver si se gana al paisaje y sus cantos. En los cincuenta ya se exilió a París, por riesgo a ser lapidado. Lo podemos imaginar tomando algo en el café Libertad. De vuelta, en los sesenta, sus actividades comunistas le condujeron al centro penitenciario de Burgos.

Ibarrola es un vasco comunista de los antiguos, esto es, un patriota. De aquellos rojos. Pero es que el patriotismo cayó en desgracia a partir de ‘la guerra de papá’. Pasó a manos de verdugos. Los de ahora defienden el federalismo por aquí y por allá. Después de cuarenta años a la sombra más el subsiguiente desarrollo, esa pasión por la patria dejó de tener sentido. Los que después sacaron la banderita ya no eran chovinistas traídos de plazas de concordia, sino bebedores de rancia autarquía en vaso de tubo; a quien le hace daño que el himno de Riego suene en los campos de tenis australianos no busca con su ‘chunda chunda’ exportar ninguna igualdad, son semen imperialista en probetas de cristal rayado. El caso es que Ibarrola es reincidente, tropieza con sus ideales sin pasar por la peluquería. No se reconoce cuando se mira al espejo cada mañana para calarse las lentes y mesarse el cabello despeinado por las pesadillas nocturnas. “¿Quién ése que me oserva?”, se pregunta con bufanda y brocha en mano antes de salir a pintarrajear helechos.

Vasco no nacionalista, Ibarrola es un señor con bigote, como Baroja cuando no se afeitaba durante unos cuantos días seguidos. Al final de sus días vuelve a cerrar el círculo de sus defectos y virtudes sin actualizar. Como buen republicano, Ibarrola se exila. Vuelve a hacerlo. Curioso hombre éste. Marcha a España, a esa porción de península que no es más que, por mucho que diga en contra la Constitución, el espíritu que une a las comunidades más pobres del feudo.
Su expresionismo, para el que se ha servido incluso de traviesas de ferrocarril, amplía la tradición plástica y muralista del arte patrio. Quiere luchar contra la pintura; ya no por la libertad. Dejó muchas láminas a medio terminar en la guardería y ahora se desquita. Ello no le quita mérito, quizás lo añade. Plagia fórmulas de éxito: de pequeño labraba corazones cruzados por flechas y nombres sinuosos en la madera de los robles; de mayor, los colorea de rojo. Sangra formas, se apodera de la voluntad del granito; viste chapelas, pantalones de pana y jerseis de lana. Hace bien, va a necesitar abrigo en la fría Ávila.

Las flautas mágicas

12 de dciiembre de 05

A veces uno exhala una armónica y no consigue reproducir ningún sonido digno. Otras, el de la mesa de enfrente en el restaurante sopla el caldo del cocido y le sale una sinfonía. Será cuestión de estar dotado.

Dice la fábula que el asno sopló la flauta y ésta sonó por casualidad. Cincuenta y cuatro iglesias románicas del norte de Castilla y León van a ser restauradas. La flauta ha sonado. Aunque no sabemos si tocar instrumentos musicales desgrava -hay empresas que toman becarios infrautilizados de antemano únicamente por cobrarse la subvención-. Lo mismo sale ventajoso tocar flautas románicas y no nos hemos percatado de ello. Igual nos hacen ‘gratuitamente’ maltrechas plazas de Zorrilla por toda la Comunidad. Es lógico pensar mal por lo extraño de la situación: tantos años descascarillándose las arquitecturas y, de repente, el gobierno regional encuentra saludable mantenerlas en pie.

Se van a invertir casi diez millones de euros hasta 2012. Los promotores esperan que la “puesta en valor de los bienes provoque una reacción causa-efecto que beneficie el desarrollo de la zona y frene la despoblación”. Pura frase administrativa de quien se aburre redactando informes y discursos para inaugurar tramos de autovía. Acabáramos, la requetefamiliar despoblación. Tardaba en dejarse caer como excusa de unas declaraciones. Lo que pasa es que los del PP se perpetúan sin dar solución al tema. ¿Alguna vez se le pasará por la cabeza al electorado la posibilidad de modificar el signo de su papeleta después de cuatro lustros? Aunque sólo sea por ver si el resto es igual de pasota y alegre. A lo mejor tendríamos una legislatura de flauta dulce. Da la sensación de que el mal es endémico y la caída libre del gentío, imparable. La demografía en la Comunidad hace ‘puenting’ y no va a haber iglesitas capaces de evitar que las tasas de población se tiren al vacío atadas con mosquetones a una cuerda que cualquier día se nos rompe.

No hay que poner excusas, no hay por qué sonrojarse por defender una actuación en favor del patrimonio. El arte hay que conservarlo porque sí, sin más, sin dar mayores explicaciones. Si alguien se pone preguntón le diremos que por diferenciarnos de los animales y entender que el arte es una expresión alta de la inteligencia humana; aparte de por respeto a nuestra identidad y por honestidad con la Historia, que es tanto como decir con nosotros mismos: la Historia es la catedral de nuestro árbol genealógico.

Nuestros cimientos no merecen el desdoro de un malvado estío que seca las raíces porque al servicio de mantenimiento de parques y jardines se le haya olvidado dónde guardó la última vez las mangueras. Los cimientos firmes son capaces de impedir que la civilización se extinga a causa de un cambio climático. Pero pasa que ahora se construye en la ilegalidad, que el ceodós se va a comercializar como perfume chic para regalo de estas navidades y que el mínimo sentido cultural de la especie nos lleva al máximo común divisor del vicio. Vamos, que si hay que cargarse el atrio de la Catedral porque sólo sirve acoge a borrachos y drogadizos, ponemos un poco de goma dos y a la mierda juanesdeherreras y la estabilidad del templo.

Entre pitos y flautas se cifran en más de dos mil los testimonios románicos catalogados en la región. Castilla la Nuestra posee un tesoro europeo: en un radio de 35 kilómetros, más de un centenar de edificios románicos. No obstante –veremos a partir de este momento- ya podía haberles fallado el pulso durante tantos años a construcciones imponentes como la de Támara que si no pasaba por sus naves un Camino de Santiago que les salvara la vida, ahí se pudrían. En el camino –con minúscula-. Con las sillerías de coro vistiendo una mordaza en la boca. Dicen que nunca es tarde, no lo sé. Los homenajes póstumos sirven para echar flores a difuntos que se han quedado sin olfato para olerlas y sin pies para pisotearlas cuando no son de su agrado.

Las iglesias datan de los siglos XI, XII y XIII. En ese tiempo lejano no estaban para muchas flautas, sino para polifonía vocal, rezos diarios y oraciones cantadas en vísperas de Cuaresma. El barroco era una estrella lejana en el universo, el resto de la música antigua no se avistaba ni con telescopio. Esto lo ha oído la Junta y sus funcionarios han echado un pregón. Por lo de vocal. El plan lo va a llevar a cabo la Fundación Santa María la Real, presidida por Peridis, un diletante metido a viñetista, un filósofo del carboncillo y del presente que hace humor político. Santiago Amón quedó detrás. Peridis piensa en lo humano: legar a los hijos un patrimonio tan rico, -“mantener en pie estas iglesias es la manera de volver a recordar a todos los que vivieron aquí”-; la Junta, en lo divino: a ver si logran una declaración conjunta Patrimonio de la Humanidad, el ansiado galardón que concede la Unesco.

Pistoletazo de salida y redacción de proyectos de intervención y de ejecución. Lo primero, recuperar la ermita rupestre de Olleros de Pisuerga, en Palencia. Esta iglesia, parecida a las de Cervera de Pisuerga, Cezura y Villacibio, está excavada en roca.

El flautista de Hamelin era un domador disfrazado de músico. ¿O era al revés: músico que estudió la doma? Herrera no es ni galgo ni podenco; ni músico ni domador. Pero comanda la fauna regional. Juan Vicente es simplemente el sustituto de Lucas. Aunque con más talante y mejor verbo. Pero si hace sonar la flauta será también por casualidad. Para futuras posibles ocasiones -por si algún consejero se lleva el instrumento de otro a la boca y logra notas musicales dislocadas- más valdría enseñar la diferencia entre música y ruido. El castin para hallar profesor se haría en un aparcamiento cualquiera de los que tiene en cartera de la Riva. Otro que tampoco va a solucionar el problema del tráfico, pero mientras tanto se divierte tocando esa flautilla reducida y de nota única que es el pito de guardia de tráfico.

Cuando los márgenes de la fotografía eran el motivo central

30 de novimebre de 05


Antes de que la estética soviética llene los dos pasillos y medio que son la sala de exposiciones de san Benito, la mirada indiscreta de Joan Colom ocupa las paredes del museo. Hasta el 11 de diciembre.

Colom es un hombre que amasó las clases populares, la fiambrera, la sífilis y el grisú con el rodillo de sus carretes en blanco y negro, a juego con el paisaje. Ahora que se cumplen tres décadas desde que nos dejó el César Visionario, Colom enseña a través de esta selección de fotografias expuestas en Valladolid el franquismo en todo su esplendor: la autarquía, el gueto, las clases medias que siempre eran bajas, los rinconetes, los cortadillos, los diarios Arriba, las patas Abajo, las esquinas penumbrosas y las faldas ajustadas que apretaban carnes de ocasión.

Los cincuenta y los sesenta fueron una época de grandeza para España, en la que el sol no se ponía en el territorio porque nadie quería venir a un sitio donde ni siquiera se aceptaba a los propios. Éstos tenían que salir en calzoncillos a hacer las américas, las francias, las alemanias o las rusias. En otras palabras: un caldo de cultivo tecnócrata sin avecrenes ni guarnición; una sopa fría que no hacía acto de presencia en las cartas de los restaurantes democráticos. Luego, en el Pardo había un estanque de agua turbia en el que don Francisquito echaba barcos de pan a ver si se le reproducían –la reproducción, ese tema que se saltaba en colegios e institutos-. En esos barquitos él veía azores y soñaba arribar la plaza de Oriente con uno distinto cada día. Con yugos en la proa, flechas en la popa y replicantes de sí mismo en las escotillas. Curioso personajillo don Francisquito. Tenía nombre de protagonista de zarzuela. Don Francisquito, omnisciente él, como un narrador de novela; omnipotente, como un actor porno viagrado. Después de soñar azores, todo excitado, sacaba a los perros en busca de rojos por aquí y por allá y ordenaba incautar todo patrimonio sindical que no fuera verticaloide. Documentación que, precisamente, en estos días se está soltando como se sueltan las palomas. Y así se tiró el sol en este país sin salir durante unas cuantas décadas. Por eso no se ponía sobre sus dominios.

La exposición que tiene lugar en san Benito muestra aquel tiempo en el que, siendo península, parecíamos isla. El fotógrafo, Premio Nacional de la cosa, se pertrechaba de una máquina bajo la axila, bajaba a la calle y, a hurtadillas, sin mirar por el visor, iba robando pedazos de realidad víctima de los tiempos. De la realidad en la que, ya se sabe, media España ocupó la España entera, aquella que no salía en el Nodo retrasando las proyecciones del Cinema Lafuente o las del Lope de Vega, donde mis abuelos tenían reservada butaca para después de unos dados en el Molinero. Los otros iban al Arriaga de Bilbao o al Capitol en Elgoibar, pero no por lindar con esa imagen de la libertad que es el mar éstos estaban libres de Matías Prats Cañete.

Él -vuelvo a Colom- confiesa que no pretendía llegar a mayores. Pero llegaba. Se dio cuenta una mañana mientras tomaba el desayuno ya casi en los ochenta. “Yo no sabía que estaba haciendo fotografía social en aquel momento. Yo sólo hacía fotografía y buscaba imágenes que me emocionaran. A veces he empleado ese término para definir mi trabajo, pero para mí quiere decir simplemente que no hago paisajes o bodegones. Yo hago la calle. Con mis fotografías yo busco ser una especie de notario de una época”. Hacía la calle, como un periodista o como algunas de las actrices de sus retratos sin óleo ni pincel; como los niños harapientos de quienes trazaba biografías urgentes manchadas de cuarto oscuro y líquido revelador.

No es España vista desde la barrera, sino desde la arena. Hoy vas con esa técnica furtiva por la vida y la castañera te pide derechos de imagen. Sin embargo, la administración y la cosa privada hacen siembra de cámaras. Pasas por el centro de la ciudad y, sin haberte consultado, te dejan registrado en decenas de almanaques de cotidianidad. Es por nuestro bien, claro. Y para motivar nuestra bondad y porque sintamos esa emoción tan útil para el poder que es el miedo. La seguridad tiene su precio y se cobra en doblones. Lo curioso es que también nos graba el pensamiento que se regocija en la libertad -¿por qué dicen libertad cuando quieren decir ‘liberal’?- Esos ojos de buey que nos observan desde las esquinas y en los escaparates no se aprecian a primera vista, como las antenas camaleón de telefonía móvil. Pero haberlos haylos.
Existen otros tipos de fotografía. Los escritores detectives, por ejemplo, disparan discretamente.

A discreción con discreción. Se quedan con lo sustancial y luego hacen costumbrismo. Algunos hacen álbumes mentales para ver si les inspiran el párrafo de una novela. Pero hay cosas que si se ven perseguidas, salen huyendo. Es más productiva una mirada perdida que engendre ocho más. Las miradas perdidas, los infinitos transgredidos, son tiempo ganado. De hecho, deberíamos aprender a perder el tiempo con estilo. Máxime en esta agencia de publicidad que son nuestras vidas, tan llenas de prisa. Javier Marías dice algo así como que se dedica a perder el tiempo en cuanto puede. Uno entiende que debe de ser una de sus aficiones preferidas junto a las traducciones de Faulkner. Ser diestro en el arte de perder el tiempo no es ninguna tontería al alcance de cualquiera.

El reloj es una guillotina que cuenta el tiempo que nos queda. El segundero, un hacha afilada a punto de caer sobre los cuellos. Las horas son un verdugo que sólo saben contar hacia atrás, el tiempo que nos queda. Desatender el reloj, burlar el segundero, malgastar las horas son cosas tan serias y poco apreciadas como el fino humor. La gente ríe por desesperación, y en eso no consiste. Que se puede reír por no llorar, pero hay que hacerlo con elegancia, como proponía Brel –estar desesperado, pero con elegancia-.

Estoy seguro de que Colom perdía el tiempo con asiduidad, y eso que su sociedad en pañales no reclamaba tales voluntarismos. Esto lo convertía en una persona trabajadora, que sacaba partido a los días. En sus instantáneas, además de todo lo dicho, salen sietes en el pantalón y se perciben espacios “color ala de mosca poblado de guardias desdentados, trenes desolados, aulas con olor a orín escolástico, ventanillas mugrientas, fritangas de calamares y chorizos banderilleados por un mondadientes, sabañones que luego se convirtieron en anillos de oro de la especulación infinita y la paciencia infinita de las madres ibéricas que limpiaban los mocos a sus niños en la sala de espera de los hospitales” –Manuel Vicent-. Y culos. Muchos culos.

El estado de los estautos

20 de noviembre de 05

Zetapé ha pasado unos días casi a pregón diario, como un romano antiguo, intentando convencer al personal de que las ideas que le ha metido Maragall en la cabeza no son malas. Justamente el ‘president’ las aprendió de la cuadrilla del tres por ciento, o sea, de cíu y las matizó después con el inestimable aliño de ese adorno gaudí que es Carod.

Castilla y León ha salido de los debates sobre el estado de las autonomías como una región más. Esto, que podría ser positivo, al encarnar nosotros la realidad se torna negativo. Pasa que, a veces, ser ‘uno más’ equivale a ser ‘uno menos’. O sea, que pasamos inadvertidos no obstante de lo grandes que somos y del exquisito trato que se profesan Juanvi y el presi de la nación nación. De la nación con mayúscula. De la nación de naciones, quiero decir.

La Comunidad mira lo que se cuece en los escaños desde el paraíso del Parlamento, esto es, desde el gallinero, esa jaula destinada al público. Abajo se sientan Cataluña, País Vasco, Valencia, Galicia e incluso hasta Canarias. No sé qué pensarán en la Academia de la Historia –deberían pronunciarse sus académicos-, pero Maragall lo ha dejado claro: sólo hay tres regiones históricas. Y la que él preside, la que más.

Todo esto sonaría ‘sospechoso’ si no fuera porque Súperzapatero y los suyos –o sea, todos menos el Partido Popular- han completado las comparecencias para la cosa del Estatuto de Cataluña con éxito y seguridad. Si cabe destacar algo es precisamente la propuesta de que la financiación saliente sea fruto de un pacto entre todas las autonomías y no se resienta la igualdad. En este punto, el ciudadano se tranquiliza y con ello finalizaría la propaganda de la reforma discriminatoria.

Mientras nuestros vecinos franceses sacan lustre a leyes de 1955 y a toques de queda; mientras ellos miran hacia atrás, nosotros miramos hacia delante: vivimos un presente que casi es futuro. Son tiempos importantes: la fisonomía del Estado puede ser modificada sin necesidad de pasar por corporaciones dermoestéticas.

¿Qué lugar ocupará Castilla y León después de la bacanal de estatutos por llegar y el incipiente federalismo? Seamos positivos, el modelo que viene podría sacarnos de pobres y todo. Bien mirado, todo federalismo que no sea asimétrico debería resultar igualitario por definición; la caja central no es de madera susceptible de termitas. Al fin y al cabo la única muerte del Estado, si alguien la ha propugnado alguna vez –más de una- es la derecha y ahora se la da de digna apelando a él.

Sin ir más lejos, por echar leña al fuego y seguir a lo suyo, a un contertulio economista de la Cope se le escapó una alabanza velada a la cosa federal: “Maragall no puede querer eso, querrá la independencia, porque federalismo es igualdad”. Y dejó a la izquierda que lo escuchó mucho más tranquila. Porque de lo que se habla no es de independencia. A menos que yo me haya perdido algún capítulo del tema.

Semanas antes del chaparrón mediático, de las ofertas de diálogo, por una parte y de empecinamiento conservador, por la otra, los enterradores cavaban la fosa sin saber qué cuerpo ocupará el oscuro y subterráneo recinto. Y es que alguna víctima se va a cobrar el asunto. Pero no todos tienen lo mismo que perder: lo que podría ser otro perdigonazo en el costado de un cervatillo, al toro malherido de la derecha –que siempre que puede, cornea- le vendría a suponer la puntilla. Si el director de orquesta maneja como debe la batuta y no tolera desafines, los tres tenores Rajoy-Zaplana-Acebes deberían obtener la jubilación anticipada.

Días antes del chaparrón político, en vísperas de guardar, aprovechaba la prensa catalana para advertir de que el crecimiento de Cataluña se sitúa por debajo del de la media ‘comunitaria’ española. Rajoy, que lo lee, pide lanzallamas a los obispos para avivar la disidencia a cuento de una ley educativa que, por encima de todas las lagunas que efectivamente presenta, ¡no cree en Dios! Quiere que los niños se acerquen a él sin cambiar de sexo ni de asesor de imagen; quiere que la colegialada rece todos los días un padrenuestroquestásenelcielo. Es su modo de entender la aconfesionalidad del Estado.

Las tareas más arduas siempre le han correspondido por naturaleza a la izquierda: desbrozar los presentes, sacar el machete y abrir camino en la maleza, arriesgar el patrimonio al rojo o al negro, jugarse la vida a la ruleta soviética. Unas veces gana pero casi siempre, aunque el tiempo le da a menudo la razón, pierde de primeras. Y no por las formas sino porque en su mismo credo, la izquierda orgullosa de sí misma, intervencionista y pública, figuran las causas perdidas de antemano. Y ahí se halla el tripartito, jugándose de nuevo el porvenir. El antiguo bambi, hoy reconocido ‘killer’ de la política, afila los colmillos en la yugular de la derechona, que nunca lo dejará de ser, ya que los tópicos sobreviven debido a que llevan casi siempre una mayoría absoluta -nunca unánime- de verdad.

Cantaba y canta Lluís Llach: “Si jo l´estiro foro per aquí i tu l´estires foro per allà, segur que tomba”. La estaca a la que están atados en la actualidad los catalanes ya no es el antiguo régimen sino la España de las autonomías. “Si no conseguimos liberarnos de ella nunca podremos andar”. Y en el barullo, colaboran los populares; unos la estiran por aquí, otros por allá. Y entre estos unos y estos otros harán que la ‘estaca’ caiga. Días de estiramientos: nuestra clase política al completo se asemeja a una compañía de ballet antes del estreno. O a un equipo de gimnastas. Estiramientos propios y ajenos. Calentado los músculos de las piernas y manejando la pelota, la cinta, la estaca y la cuerda. Unos y otros haciendo elástico un metro de cordón de zapato zapatero -estirando igualmente la paciencia del respetable-. En última instancia, cada cual escoge con qué soga se ahoga.

En un extremo todos, en el otro un ‘valiente’ y solitario PP que en cualquier momento se va a caer de culo. La temperatura dentro de un coche francés equivale a la de los estudios radiofónicos curejos o a la de alguna redacción que presume de razones pero no nos dice de lo que carece. Deberíamos confiar en que lo beneficioso para el país es terminar la progresiva descentralización que llevamos años ‘cuidando’. ¿Por qué echarse las manos a la cabeza si soltamos la magdalena de Proust a medio metro del suelo y ésta se despanzurra en el cemento? ¿La ley de gravedad es la preocupación que merece legalmente un hecho o es otra cosa que tiene más que ver con la caída de los cuerpos? ¿Acaso las descentralizaciones no terminan, como poco, en un Estado federal?

Puede ser que nos tengamos que ‘alejar’ para acercarnos más: “En un estudio reciente la OCDE –organización a la que, dos semanas después el PP apelaría para hablar de nuestra ‘mala educación’- muestra que los países con un mayor grado de descentralización, como Alemania, Canadá, Estados Unidos o Finlandia, tienen una mayor cohesión territorial, medida por una mayor igualdad en la renta per cápita regional. Por el contrario, los países centralizados tienen menor cohesión territorial. Desde que se inició el proceso de descentralización en España hemos ganado en igualdad entre Comunidades”. Zapatero dixit. Hay partidos que llevan decenios defendiendo esta fórmula, como IU, precisamente partido que nació en la idea centralista.

Una cosa me sorprende: el aparente cambio de discurso de don Pascual en apenas un lustro. El miércoles 2 de noviembre, mientras escuchaba a los oradores, revisaba la hemeroteca que me hacina en la habitación. Don Pascual, entonces jefe de la oposición en el Parlamento catalán, manifestaba: “Pujol no cree en el Estado de las autonomías”, como posicionándose a favor y marcando distancias con el sentimiento nacionalista. El lunes 10 de abril de 2000 en ‘El País’: “Si el Gobierno catalán hubiera hecho algún gesto de protección de los derechos de los castellanohablantes en Cataluña, todos estaríamos mejor”; “España es un conjunto de pueblos en un terreno de juego común”. El doctor Jeckyl ya defendía la vía federal pero, ¿le cogieron en un día especialmente comprensivo?

Era 2000. Eran otros tiempos. Acababa de nacer Gran Hermano en televisión y el mar de la actualidad estaba revuelto. Normalmente el tiempo ni quita ni da razones; nos hace más viejos, simplemente. Y las cosas cambian y las nubes se levantan. En 2000 la gente se hacía de cruces a cuento del concurso y hoy, curados de espanto, convivimos con la ¿séptima? edición. Antes, lo criticaban Almudena Grandes, Luis Antonio de Villena; hoy lo más que despierta es indiferencia. Que no es poco.

La materia de los sueños

24 de octubre de 05


Después del botellón arrojado por las fiestas verbeneras y pueblerinas de la virgen, la cultura toma el pulso a la villa. La quincuagésima edición de la Seminci supone unas bodas de oro entre el séptimo arte y la ciudad, un casamiento por el juzgado, lejos ya de aquellas proyecciones con moho de ‘valores humanos’ al modo del antiguo régimen. Como en todos los otoños, es hora de llenarse los bolsillos de pantalones y cazadoras con entradas de morado pálido, amarillo desmayado y rojo oscuro.

En este festival el cine con mayúsculas es protagonista, deja el arrincono al que se le somete en pequeñas salas el resto del año; el cine recobra su sentido primigenio: nadie escribió guiones o se situó detrás de una cámara para hacer de bufón. Veremos, pues, cine estético en sentido amplio, no como objeto inservible, sino como explosivo difícil de desactivar; ese cine que gusta a Michael Haneke, “que, de algún modo, desestabiliza”; aquél que aborda cuestiones difíciles de soportar; el único que merece la pena; el “terrible pero indispensable”, como adjetiva Juliette Binoche. Metros de película gastados justificadamente; que cuentan algo, al fin y al cabo.

Para pantallas planas en sentido estricto ya está la nueva televisión. El cine merecedor de ser considerado por los espectadores posee relieve. El acto de escribir y reflexionar al hilo de actividades asociadas con la creación perdería sustrato en el caso de que su punto de partida fuera el solo entretenimiento. Detrás de un título lo que hay es pensamiento. Y ningún autor reflexiona por entretener, y menos en público, sino para mover conciencias. En mayor o en menor hondura. Otra cosa es que se cuide la presentación y, de paso, los productos sean agradables a la vista y al tacto; e, incluso, hasta el sufrimiento provoque un raro placer.
Quien critica que a la Seminci le falta glamur debe de ser gente que echa en falta ciclos de calidad inferior, simplemente. A primeros de la Semana pasada, Fernando Lara se encargó de ironizar sobre aquellos que hablan sin fundamento: “‘Glamour’ es una de esas palabras que todo el mundo emplea sin saber muy bien lo que quiere decir con ellas”. Glamur, ese “encanto sensual que fascina”, es una palabra que no cabe en cualquier boca.

Para redimirnos de tanta tontería vacía con adornos cuché, veremos lo último de Costa Gavras o de Campanella. Amén de otros títulos demasiado consistentes para los detentadores del traído glamur -¡qué patrimonialización constante y caprichosa del léxico hacen algunos!- El arte debe sublimar la apariencia, pero también estar ‘mojado’, como preconizaba Gabriel Celaya en beneficio del interés general. Una cosa y otra son compatibles y no manchan el arte, lo hacen más grande. Es más, “la obligación del cine y la cultura es denunciar al poder” -Mercedes Sampietro-. El análisis social debe reposar sobre las cabezas que gobiernan la creación de un país. Un arte que no se implica se queda en meros fuegos de artificio, sería cobarde. Y el arte nunca es cobarde. Celaya lo maldecía “como un lujo cultural de los neutrales”, descreía de la poesía del que no toma partido, “partido hasta mancharse”.

Afortunadamente, el patrimonio ético de Lara no se va a dilapidar. No faltarán películas –concursables y no- que ayuden a explicar el mundo, que de eso se trata al fin y al cabo. Por las columnas calderonianas de la anterior edición desfiló nuevamente la actualidad y, con ella: Oriente Medio, la RDA alemana, los Balcanes, Irak, Argentina, Irlanda, la Guerra Civil española, Mauthausen y el nazismo, Cuba y Latinoamérica. Visiones independientes, ajenas al discurso único; miradas diferentes de lo que sea, pongamos, de un edificio. Hilos de una madeja que ayudan a explicar por qué Goya “no habría sobrevivido al siglo XXI”, tal y como reflexiona Milos Forman. Visionamos acercamientos a la corrupción de una política que mantiene “relaciones incestuosas con las multinacionales”. Así lo transmitió Johnatann Demme. Y que cada palo aguante su vela: “Los medios de comunicación se han convertido en un instrumento complaciente, indolente, en manos del poder”. Hace bien en manifestarlo: ¿de qué sirve la proyección pública si no es para despertar reflexión y dejar de ser cómplice de las pinturas negras de nuestras noches?

Normalmente, las mayores profundidades están en la sencillez, porque capta la esencia de las cosas. El espectador sabe que una historia puede requerir un tratamiento u otro, según la complejidad o las motivaciones de su autor. No hay películas lentas, hay concurrencia lenta. Las descripciones resultarán más o menos minuciosas en función de la mirada de quien las recibe. Una película a veces no es aburrida, sino que necesita de espectadores más avezados. El ritmo o la meticulosidad no afectan a la sencillez y, nunca, a la calidad o al terminado de un filme. Si Theo Angelopoulos o Manuel de Oliveira parecen lentos es que no se ha abierto la cabeza al suficiente cine; o es que la ausencia de efectos especiales no apaga la ansiedad general.

Uno y otro no son aburridos: son densos. Y son cimas. La calidad no tiene que ver con la duración ni con los vuelos de cámara. Un ejemplo plástico: Dostoiesky, Dumas, Chéjov, no son autores menores ni poco dominadores de la técnica narrativa. Todo lo contrario. Tampoco son aburridos porque sus descripciones se alarguen setecientas páginas. Serán, en todo caso, poco comerciales. Muchas veces el propio espectador debería dar un salto de calidad y ponerse él en cuestión. Y, de vez en cuando, como equivocándose, dejarse caer por los Casablanca y abandonar tanta palomita de gran superficie, que a veces uno no sabe si van a merendar y ver un ‘spot’ comercial de 90 minutos o a otras cosas. El cine son esas otras cosas -también es cierto, a veces se confunde con importaciones guays-.

El cine es un salón de espejos en los que lo poliédrico converge con el plano fijo. El tiro de cámara, si es efectivo, mata más que cualquier revólver comprado en un zoco yanqui. Las salas de cine son palacios de congresos que albergan reuniones en ocasiones más interesantes y necesarias que las habidas en los plenos del Ayuntamiento. Y las pantallas tratan temas más decisivos que la próxima ley orgánica que lea el boe.

La Seminci no ha perdido valor subversivo. Es para felicitarse. Los sueños, cuando están en 35 milímetros, sueños son. Calderón no vio muchas películas pero conocía que, para Orson Welles, el cine estaba hecho de esta materia. Cuando Georges Melié se levantó de la cama una medianoche mirando la luna no fue por azar. El cine es uno de los artefactos más perfectos para ejercer la notaría y la crítica social –en ocasiones, inapreciables para el mirón medio-.

En unos años, junto a las enciclopedias de los historiadores –los de verdad, no los revisionistas nostálgicos- y las hemerotecas de los diarios, se tendrán que visionar los metrajes de ciertas películas para buscar explicación a fenómenos y comportamientos surgidos en ese futuro o acontecidos tiempo atrás. Al fin y al cabo, el arte siempre ha sido producto del periodo histórico al que ha correspondido. Y el cine es arte. El séptimo. Es lo que nos hace ponernos esos antihigiénicos cascos –ya, de la familia- que hallamos en los respaldos de las butacas cuando hay versión original.

En el cine los milímetros no son de trazo grueso; al revés, de fino. El cine es un espejo pintado, según Ettore Scola. En cada edición semincinera hay un huequito para la soledad de los sueños, para homenajes idealistas a personas utópicas, como era el caso del mismo Welles. Nos deja Lara, entra Frugone. Quizás los sueños son la materialización de lo imposible en su camino hacia la verdad. La verdad no la alcanzaremos pero sigamos caminando mil semincis más.

En los días previos a la cincuenta Semana Internacional se ha echado a dormir el sueño eterno a lo Bogart ese examinador de las interpretaciones, ese enorme crítico de teatro y cronista de nuestros conservadores días políticos. Se va con la lengua intacta gracias a no habérsela mordido jamás –salvo con una pistola franquista en la sien-. Salud, Eduardo Haro Tecglen, y gracias por tantos años de servicio. Que la Bacall te acune. Y que la Seminci tampoco se muerda la lengua en lo suyo y nos siga besando con los labios rojos de siempre. Aunque por la boca mueran los peces en el río. Pero eso es otro villancico.

Y en esto no llegó Fidel

18 de octubre de 05

Finalmente, contra pronóstico, no se acercaron las barbas de la Revolución por nuestra Comunidad. Por un momento pensamos que las veríamos, nosotros, castellano y leoneses hechos a ver pasar por nuestra región poco más que el viento –que siempre se lo lleva todo-, dándose un paseo por el plateresco salmantino. Así que nos quedamos compuestos y sin estrella; nos quedamos sin ver a quien, a pesar de todo, es el protagonista de la Cumbre.

Y ello a pesar de que anunció hace meses que se sentiría honrado de pisar tierra española. Podía haber sido el preámbulo de la visita que supuestamente efectuará el rey a La Habana; todavía se recuerda cómo se emocionó el monarca en una cena en la que ambos líderes se saltaron el estrecho protocolo que tejió el Partido Popular –entonces, en Moncloa- para el encuentro, tan fugaz como la estrella de un nacimiento. Todavía se recuerda también la reacción afectiva e inesperada de Juan Pablo II, el Papa antimarxista, quien moderó su discurso e improvisó, con la lluvia tropical de trama y fondo, una condena al capitalismo “por encima del comunismo”.

En cualquier caso, nada afecta a los actos de distinto tipo convocados para el sábado, descafeinados ya, a fin de mostrar la adhesión y el rechazo a la Revolución cubana a mano de castristas y anticastristas. Una jornada comprometida, en sentido amplio. Por descontado, están contentos los que criticaban para mal la presencia de Castro aludiendo al tópico de que es un dictador; en realidad todos deberíamos haber estado orgullosos de contar en nuestra Comunidad con una cumbre de este nivel a la que hubiese asistido el legendario Comandante en jefe. Los mismos periodistas episcopales que ven normal y saludable tratar con representantes oficiales de Marruecos, Guinea Ecuatorial o Estados Unidos –cuyos pucherazos son internacionalmente admitidos-, cuestionan la legitimidad democrática de Chávez y llevan días –meses, años, la vida entera, en realidad- cacareando contra Fidel.

Por un mínimo principio de realismo político es no sólo era admisible, sino deseable, la presencia del presidente cubano en la Cumbre Iberoamericana. Debimos acoger con satisfacción las reuniones de Salamanca con el presidente cubano tratándolo como uno más -sabiendo que no lo es-. En todo caso, lo que pudo ser nunca fue. Su presencia hubiese sido rentable, máxime en un escenario geopolítico como el actual, en el que Castro resulta un gurú para gran cantidad de países del radio. Una Cumbre Iberoamericana sin Castro es como hablar de la Biblia sin contar con Mateo y Lucas; Y en esto están las derechas: en el desprecio constante a evangelistas testigos y protagonistas de la Historia.

Lula, Kirschner, Chávez, puntas de lanza de aquella zona del mundo, son fieles admiradores de Castro. Uruguay, Nicaragua, Ecuador, Colombia, países que viven un proceso de cambio revolucionario que se constatará en pocos meses. Algunos deberían preguntarse por qué; poner un poco en duda su visión preclara y unipolar del mundo. Puede que haya dictadores contra el pueblo –lo habitual-, pero también puede que los haya -con toda la mácula que quepa señalar en esto- para el pueblo, como en pleno despotismo ilustrado.

El contexto es fundamental. La clase política que vive diariamente con la crisis perpetua de Latinoamérica no es la única en primar lo bueno sobre lo malo del régimen cubano: aún, a pesar de todos los esfuerzos trompeteros capitalistas, conserva un puñado de premios Nobel y miles de significadísimos intelectuales apoyando la Revolución como la única salida a la miseria. Sin ir más lejos, esta misma semana siete premios Nobel acaban de firmar junto al gobierno cubano la petición dirigida al Fiscal General de EEUU para extraditar a cinco agentes de la Inteligencia cubana retenidos ilegalmente en suelo yanqui.

Que Cuba esté en unas cifras de desarrollo –social, no económico- equivalentes a las de cualquier país europeo es un hecho. Quizás por esto las páginas editoriales del mejor periódico del mundo, ‘The New York Times’, abrazaron un artículo que se titulaba: “¿Sistema sanitario?: pregúntenle a Cuba”. Es harto difícil condensar en una columna, por larga que sea, un análisis de la realidad política en América Latina. Pero a los que sistemáticamente cargan contra la isla aludiendo a pruebas normalmente falsas sobre, por ejemplo, presos políticos habría que preguntarles, ante tanta recurrencia obsesiva, si piensan sinceramente que los males del mundo provienen de una islita pequeña y pacífica como Cuba.

La respuesta intelectual probablemente es que defienden lo que defienden porque custodian un modelo social que, en ausencia de recursos ilimitados, necesita de países tercermundistas dóciles que firmen acuerdos para el desarrollo con Washington –de los que irremisible y reiteradamente salen más y más empobrecidos-. Estos ‘amantes de la libertad’ no están dispuestos a que les descuenten su cota de lujo para que el resto mejore. Estos ‘escrupulosos’ de los derechos humanos no entienden, o no quieren entender, que no hay mayor derecho humano en Latinoamérica que el conseguido por Cuba.

Lo expresa con lucidez Frei Betto, asesor presidencial de Brasil –también cargaron contra Lula al comienzo de su mandato sólo por ir acompañado de estrellas rojas y hoces y martillos-. El asesor muestra respeto y admiración por los méritos de la ‘guerra de las ideas’ cubana. A la pregunta de un periodista sobre lo arriesgado de amistarse con un país “en el que no se respetan algunos derechos humanos”, responde con ironía: “Esa es una visión muy europea de Cuba… vosotros pensáis que Derechos Humanos es libertad de expresión; para nosotros Derechos Humanos es tener comida, educación y salud. Y hablar de derechos humanos en América Latina es un lujo porque estamos intentando conquistar los ‘derechos animales’.

Cuba los tiene, no así “la mayoría de América Latina, igual que la mayoría de la población del mundo –cientos de millones de personas sufren desnutrición-. ¿Cómo voy a criticar a Cuba si es el país que tiene los mejores avances sociales, donde hay apenas cinco niños muertos por cada mil nacidos, mucho mejor que en EEUU?” Ciertamente es una injusticia, que clama contra los derechos humanos, enjuiciar la realidad cubana desde perspectivas acomodadas: hay que repasar a Ortega –el ser y sus circunstancias-. Y, si tienen la poción mágica, a estos próceres del desarrollo les ha sobrado tiempo para aplicarla sobre tantos países sobre los que han ejercido monopolio durante tantos años. A revés, sus recetas han hundido a las gentes en contraindicaciones.

En total, las cifras de pobreza a nivel mundial se estima que afectan a un 85% de la población, unos cuatro mil millones largos de personas… Uniendo estas cifras a las de Betto o los resultados del último informe de Naciones Unidas nos damos cuenta de que, a pesar del ‘periodo especial’, después de Europa, EEUU, Canadá y Australia, el siguiente país con mejor calidad de vida en el mundo es Cuba.

Habría decenas de puntos más por tratar. No se trata de defender ciegamente nada, sino de avivar la discusión con más elementos de debate. Sus tasas de mortalidad infantil, de esperanza de vida al nacer, de vivienda y saneamiento, etcétera, a juicio de inspectores de la ONU –juicio ratificado por UNICEF- es producto de “los ingentes esfuerzos realizados para, a pesar de las difíciles condiciones: -preservar los niveles de calidad de la enseñanza; -mantener las vías de distribución social vinculadas a la política social a base de productos normados a precios subvencionados; -el bienestar de niños y niñas, con respeto y atención a sus derechos, cumpliendo los compromisos de las cumbres mundiales a favor de la infancia; y -el desarrollo del sector de la salud como elemento sustancial al desarrollo a todos los aspectos de la vida humana, no sólo restringido a la ausencia de enfermedad”. El informe concluye que el cambio en las condiciones externas “no ha impedido preservar los éxitos obtenidos”.

Son afirmaciones realizadas por Naciones Unidas, quizás el organismo -aunque dependiente en origen de la OTAN estadounidense- más libre de toda sospecha, más independiente e incuestionable del mundo. Pasa que Cuba resiste cualquier visita, la isla sale reforzada de cualquier viaje. Si uno se quita las anteojeras de turista, claro.

Lo socialmente correcto es no ver la viga en el ojo propio y tener gran facilidad en avistar la paja en el ajeno. El problema de Cuba no es político ni de derechos humanos, sino no que no quiere entrar por el aro de lo establecido. Lo que les jode a algunos es que en Cuba no se malviva como quieren hacernos creer.

Desafortunadamente para nosotros, un fin de semana de octubre no pasó la Historia por aquí. Prestidigitador o no, ahí tienen a don Fidel, con Noam Chomsky, Nadine Gordimer, Gabriel García Márquez, Pérez Esquivel, James Petras, José Saramago, Wole Soyinka, Mario Benedetti, Rigoberta Menchú, Gunter Grass o Ernesto Sábato para secundarle en manifiestos y reivindicaciones. Una de las mejores novelistas españolas con diferencia, Belén Gopegui, se queja: “No somos pocos pero nos faltan altavoces”.

El fuego ya no es lo que era

3 de octubre de 05

Termina un verano pasado por las brasas, ¿quién nos va a redimir de tanto error? Parece que el capital también ha comprado el fuego sagrado, ese pleonasmo. Ya no hay respeto por nada. ¿Dónde acudirá Ícaro a quemar sus alas batiendo?, ¿al sol o a los bosques españoles?, ¿a qué lavadora, los broquers, a limpiar sus pecados desteñidos de verde dólar? Sin el fuego de nuestra parte, sin su resplandor amable, somos un poco más huérfanos. El fuego ahora hace daño, no ilumina. El fuego no es lo que era. La insaciable bulimia que padecía –Saramago- se ha tornado de súbito en el mejor tragaluz desde el de Buero. Ya no alumbra. No purifica. El fuego es un infierno del Dante, una fábrica de humo, un vivero de corrupción, un tío tragaldabas que nunca sacia su apetito.

El PP, dentro de esa ‘oposición contundente’ que proclama Acebes, airea aún con gusto lo ocurrido este agosto en Guadalajara. Sigue aireando y soplando por ver si aviva los rescoldos. Del modo que sea. Y ya se sabe que quien juega con fuego… se mea en la cama. Por eso hay políticos hechos y derechos –y de derechas- que duermen con pañales. Por si acaso.

Al calor de la incertidumbre, esa desconocida que siempre ha alimentado la inspiración, también se han dejado ver autores clásicos por los montes de Casavieja, en Ávila. Han ido allí a quemar sus prosas poéticas, como virgilios de columna sabatina. Precisamente en Ávila se junta el hambre con las ganas de comer: al fuego se añade la ausencia de agua porque la Espe se la lleva del río Alberche para regar sus tiestos en los madriles.

En Castilla y León despedimos el verano siendo la Comunidad, junto a Galicia, donde la acción del fuego ha sido más devoradora. Entre las dos acumulamos el 55% de los más de veinte mil incendios forestales y conatos de fuego habidos-provocados en España. Será simple casualidad que coincidan en tal liderazgo autonomías gobernadas por los conservadores, quienes ponen el grito en el purgatorio a causa de la financiación de la sanidad y de todo lo que huela a rojo –a rojo fuego, digo-. O quizás, han buscado sus procuradores y consejeros un pacto secreto con las llamas para intentar poner a prueba la respuesta del Estado. Total, si en el camino quedan los árboles, tampoco pasa nada: la doctrina W. Bush les culpa de los incendios –en el verano de 2002 sugirió sabiamente talar vastas extensiones de ellos para evitar riesgos-.

Aunque Herrera se haya apresurado a reconocer el esfuerzo crucial del gobierno de la nación en las labores extintivas, sus voceros radiofónicos de este lado del Atlántico –por algo son valedores del pacto trasatlántico contra la Vieja Europa- atizan el recuerdo de la gestión en el incendio de Guadalajara, contraponiéndola a las declaraciones del ministro del Interior –“Aquí no ocurriría el desastre de Nueva Orleáns; nuestro país tiene un poder público más adiestrado”-, refrendado él, según recogieron estas mismas páginas del DIARIO, por los distintos cuerpos y organismos que coordina Protección Civil -Cruz Roja, Policía Nacional, Guardia Civil y el mismo Ejército-.

Desde enero han ardido más de ciento cincuenta mil hectáreas -25% más que en 2004-. Quién sabe si hay un pacto secreto entre populares y rescoldos. Quién sabe si, detrás de los escaños, hay pirómanos que han dejado la lata de gasolina y las cerillas en el despacho. Luego, se entretuvieron en Roquetas, han tenido mucho trabajo. Lo cual les excusa a más de cuatro de haber llegado tan pálidos al comienzo del curso político. Algunos observadores, a la contra, argumentan que su color viene determinado por la última encuesta de intención de voto, que les aleja de la pomada. Quieren pisar el suelo, pero ¿quién les asegura que sus alas de gaviota no están hechas de material inflamable, pongamos por caso, de cera? Con este panorama, quien más quien menos es un ícaro en potencia. Algunos diputados nacionales con bigote no son más que modernas mujeres troyanas ávidas de destrucción; ante este panorama sobre el puente no queda más remedio que, como Eneas, implorar la lluvia que apague tanta calamidad.

Ver reducido el fuego a cenizas, lo que le faltaba a Castilla la Nuestra: más de dos mil quinientos incendios y conatos entre las nueve provincias en apenas dos mesecitos. Salimos a más de cuarenta incidentes diarios. León, Salamanca y Ávila, las provincias más perjudicadas. El agua ha regalado botijos a las llamas para que beban un poco y concedan alguna tregua en la época estiva. Les ha regalado, además, tiritas que se deshacen en las rodillas arrugadas de encinares, olivos y robles centenarios. El fuego se inmola en orgías con la ayuda de pirómanos. Los elementos andan desbocados, sólo falta el diluvio universal. Luego, podríamos poner el tiempo a secar y comprobar si la lejía quita todas las manchas de enmascarado progreso que lleva en la solapa. La existencia es un árbol de hoja caduca al que le quedan dos veranos.

Dice el poeta José Pulido en ‘El corazón disperso’ que el fuego nació cuando la noche abrió sus manos para buscarse. Eso era antes, ya no hay quien asista a ninguna aurora de las formas. Por lo visto, y aunque los poetas no estén de acuerdo, los pájaros han dejado de descifrar estrellas para sólo avistar, desde las incómodas alturas, ollas con prisioneros dentro. La antropofagia no debe sorprender a nadie. Hace años que la practica el Occidente desarrollado.

Oficialmente, no, pero a nivel sicológico el verano ha acabado. Aznar volvió de sus vacaciones con Berlusconi –lo mismo le ha inspirado alguna conferencia para Faes-. También los meses de calor, entre incendio e incendio, han servido para leer documentos desclasificados: Colin Powell comenzó a preparar el cambio de régimen en Irak justo al día siguiente del 11-S, pasándose los progresos sociales del presidente iraquí, reconocidos por Naciones Unidas, por donde se pasó a continuación a este organismo una mañana de Nueva York.

Al presidente del mundo también lo hemos visto disparando al aire de Nueva Orleáns para espantar los cuervos que ha criado en forma de cambio climático. Y los que llamaban agoreros hasta hace poco a los denunciantes del calentamiento global oyen que el agujero de la capa de ozono ya es del tamaño de Europa. Eso, a lo grande, al gusto yanqui, todo pasado de peso: “¡Qué pasada, qué agujerazo, guao, habrá que llamar a los del Guiness porque es de récord!” American buey of laif. Al paso, el señor presidente despreciaba a los médicos de Castro, aun suponiendo ello numerosísimas muertes encharcadas de compatriotas abandonados a su mala suerte en hileras abstractamente compuestas de hedor y blues.

En verano pasan muchas cosas: un rimbombante Consejo de Cooperación Económica recomendó liberalizar servicios para que reine la ley del mercado -que es algo así como la de la selva pero más salvaje-, proponiendo flexibilizar el trabajo. El de otros, claro. Para colmo dicen, apoyados siempre con el codo derecho en la mesa, es necesario volver a construir centrales nucleares. Cualquier consejo de animales del bosque tiene más sabios que los de esa ‘pandilla limpieza’ que resultó no ser más que, una vez sin disfraz, una fiesta de empresarios. Privada, claro, con el derecho de admisión reservado. Ahí se tradujeron sus recetas. Recetas privadas. Pues, entre nosotros, que se las queden ellos. Así, privadamente.

Más verano: en Gran Bretaña no necesitan de fuegos. Los tienen artificiales con los asesinatos legales de Scotland Yard. En Portugal, todo lo susceptible de empeorar, empeora. Murphy redactó nuevas leyes de fácil aplicación en la Coimbra clásica, de postal en blanco y negro, acorralada por un fuego matón de trágico lacrado. Pero una de las cosas más bonitas, que nubló las noticias de miles de hectáreas asueladas por las llamas, se produjo a finales de agosto: conocimos que en Níger los habitantes rompen los hormigueros para coger los granos y llevárselos a la boca -tal es el hambre-. Desde luego, si es que son como animales.
En los países desarrollados nos inmolamos de una manera más civilizada que la usada por esos cafres islamistas que se prenden fuego en mitad de la calle después de cualquier protesta. ¿Aquí?, combustión para todos. Además, ¡qué espectáculo de feria, el incendio forestal!, qué juego cromático: montes, primero, verdes; luego rojos; finalmente, negros.

El verano ha terminado y todo está derretido como en un horno crematorio, como en los microondas radiactivos que tan bien nos definen. La leve caricia de la noche se tornó áspera. ¿Qué podemos hacer para defender los bosques?: ¿escuadrones de gamusinos?, ¿armar a las abubillas? CCOO insiste en la necesidad de invertir en trabajos forestales y dotar de trabajo todo el año a efectivos especializados en sus funciones, poniendo el acento en las importantes labores preventivas cuando no hay riesgo de incendio, en los meses de invierno.

No son de extrañar las frases lamentosas de la ministra del Medio, Cristina Narbona: “Hay tolerancia y complicidad social”. Sólo con los ojos cerrados se puede pasar por alto que únicamente el 5% de los incendios tengan su causa en propia la naturaleza. Con los ojos cerrados y el cerebro y el corazón anegados de mierda. O bien con el portazo de algún dios. Nietzsche vuelve a estar de actualidad. Entre cambios climáticos y demostraciones de la ilimitada limitación del hombre no nos caben dudas respecto del paradero del permisivo cielo católico. Al fondo… a la derecha.

Las piedras y el tejado

14 de junio de 05


Ha muerto otra tienda de música en la ciudad. Se llamaba Rocko y no ha resistido la competencia desleal que la tecnología trae como una hogaza dura bajo el brazo. Ha fallecido mientras vendía discos a causa de una deshidratación. Pero la pérdida de líquido no ha tenido que ver con las temperaturas cambioclimáticas que anuncian olas de calor.

Ahí quedan los restos vacíos, ocupando un trozo de pared en la calle de san Felipe. Abandonados, sin pósters ni estanterías; sin novedades que ofrecer; aparcando indefinidamente los restos de serie y las segundas manos. Visibles, sólo unos cartelones de liquidación total. La liquidación es distinta según de dónde proceda. Puede venir de Imre Kertész -y entonces hacen reverencia unos señores suecos- o del grasiento mercado. La liquidación siempre ha sido selectiva, silenciosa. Excepto al llegar al primer millón, que ya empieza a despertar sospechas, como ocurrió en aquella Alemania. La liquidación a estas alturas de libre mercado, no iba a ser menos, es una señora de derechas muy educada: hay cámaras invisibles de gas esparcidas por las europas cumpliendo su función de manera eficiente -unas gotas de estrés, un poquito de soledad, unos gramos de consumo macroeconómico-. En África, a diferencia, las cámaras son visibles: basura industrial, petróleo por armas, y suelo tribal devastado.

La desaparición de este tipo de tiendas es una constante desde hace ya algunos años. El pequeño comercio musical está acorralado. Pasa que la música anda por los suelos: se vende en mantas que no dan calor. En este caso son 170 metros cuadrados que se traspasan; en otros, grupos olvidados o contratos que se dejan de firmar. Como dice una cantante que no es santa de mi devoción, Soledad Giménez, “nada puede competir con lo gratis”. Pero es que esa gratuidad recae sobre los hígados de profesionales, de gente que vive de su oficio. De personas que son músicos igual que usted puede ser médico, albañil o profesor. Enrique Bunbury lo tiene claro cuando le preguntan. “Sin pagar, no. ¿Tú qué opinarías si no te pagasen el artículo?”, le compele al periodista. “No he pedido que distribuyan mis canciones, ¿por qué lo hacen?”; “¿Amor al arte?, ¿por qué se lo exigen sólo a los músicos?, ¿por qué no a Aznar? Quiero cobrar por lo que hago. Es mi trabajo, es mi vida. Seguramente lo haría si no me pagaran, pero que no me fuercen”.

El malestar en la cultura ‘musical’ no es ajena a movimientos extramusicales -de triunfantes que se operan el gesto- y, sobre todo, no es ajena al creciente fenómeno de la piratería. Las consecuencias de bajarse canciones impunemente de Internet o comprar la música de contrabando van en cadena: desde la discográfica al consumidor. Sí, finalmente, el más perjudicado es el oyente, que encuentra asfixiada la calidad en un corsé que apenas realza nada.

“Con la música a otra parte”, parecen decir desde un zulo en el que se trabaja treinta horas al día, produciendo dos mil discos por segundo; o desde la azotea universal del que cuelga en la red música lista para ser robada. Música que ha costado sus horas de inspiración, composición, arreglos, alquiler de estudio, grabación, productor, disquera, promoción absolutamente imprescindible, personal en tiendas, etcétera etcétera.

Aurora Beltrán aboga porque se multe a quienes compran un cedé pirata. No le falta razón cuando llama “gentuza” y “ladrones” a los se bajan música de la red a cambio de nada. No es hurto: “No te ponen una pistola en la cabeza, pero están robándonos”. Efectivamente, se trata de un problema de educación, “la gente no tiene civismo”. Su grupo, Tahúres Zurdos, también ha echado el telón. La piratería musical -no lo es la copia privada- está muy bien vista porque parece de tontos no robar en ausencia de castigo. Esto es propio de sociedades sin ética, que necesitan el palo, el policía detrás; que sin castigo, delinquen. Que frenan cuando ven a la policía y luego acaban estrellándose contra un camión.

Las prácticas ilegales implican, fundamentalmente, que el consumidor no pague un euro en concepto de derechos de autor. Esto es tanto como imaginar a un electricista loco haciendo instalaciones gratis por la ciudad. La consecuencia directa es la muerte de la música: grupos que desaparecen y tiendas de música que cierran. No sólo afecta a los músicos establecidos, sino, sobremanera, a los grupos noveles -muertos antes de nacer-.

Está muy bien eso de bajarse canciones sin pagar un duro. ¿Por qué no hacemos todos lo mismo con otros productos? Bajar a la panadería, tomar una barra y salir corriendo. Hace trece años un paquete de negro costaba 53 pesetas, hoy, 350. El periódico ha subido el doble. ¿Y qué me dicen de los coches? Rompan una luna y llévenselos por la cara. No es más que eso. Hala, todo gratis. Jaume Sisa escribió un artículo impecable ironizando sobre la contingencia de que la música y, pasito a pasito todo en la sociedad, fuera gratis. “Queremos música gratis. Managers, empresarios, promotores, personal de montaje luz y sonido, locales de ensayo, pegadores de carteles, vendedores de entradas, todos vivirán del aire porque nadie les pedirá dinero cuando acudan a comprar lo que necesiten para vivir”. Y termina comentando: “Gracias a la tecnología digital será posible lo que ni la Revolución Francesa, ni la República española, ni el Soviet Supremo, ni el Mayo del 68 hicieron realidad”.

“Es muy caro”, se quejan algunos insensatos. La carestía de algo siempre es relativa, pero este es un argumento que suena a mentira, ya que se trata de un producto que nunca ha subido de precio. Si de precios abusivos hablamos -si ese es el problema y no la comodidad delictiva- marchen a robar ropa de marca. Ésta, objetivamente, sí lo es. Relativismo moral inaceptable.

Los discos no se pueden abaratar para ser competitivos: es el único producto que no ha subido de precio en casi casi veinte años. Y hay mucho que pagar con poco. Cuesta lo mismo una novedad hoy -de 14 a 16 euros- que en 1988 -2.500 pesetas-. Cuando, meses después, bajan a serie media, los cedés son más baratos que las antiguas casetes o los delicados elepés. El vinilo ‘Islands’ de Mike Oldfield costaba 1.300 pesetas en 1987. En 1991, en disco compacto, el ‘Use your Illusion I’, 3.100. Por eso no le falta razón a Loquillo: “¿Bajar el precio de los discos? Lo que habría que hacer es subirlo”.

Ladrones de guante blanco. En EEUU ya se ha empezado a perseguir a los usuarios que desde la placidez de sus casas aumentan la discoteca de su habitación. Con la factura de teléfono les llega la multa. Es una buena manera de hacer comprender que bajarse canciones sin pagar debería ser una actividad de riesgo.

Entre quienes fomentan la piratería no hay perfil. También hay músicos ‘superauténticos’ que la comprenden o la alientan a costa de batallar contra la malvada industria: Kiko Veneno, Alaska o Manu Chao, quien repite que la industria es una mafia pero no rompe contrato, además de tener un caché millonario -equivalente a la suma del de cuatro grupos españoles- que pagan ayuntamientos sin cobrar entrada. Hipocresía. Los abogados de Dios ‘defienden’ al consumidor. Ay, qué bonito. Piden la bajada de precios, que se retire el canon que grava los discos vírgenes y critican a las discográficas, sin las cuales no habrían sido nada. Van de independientes pero sólo tiran piedras contra su propio tejado.

La tienda de la esquina cierra, pero nos quedan las grandes superficies, que son las cavernas de nuestro tiempo, como acertó a comparar el genio luso. Sobre todo hay dos enooormes: el supermercado-mazacote e Internet. Se pueden contar con los dedos de una mano las tiendas de discos que quedan en Valladolid. En sólo tres años han desaparecido seis -entre ellas las míticas Discos Foxy, Discos K o Maci Rock-. Al que le gusta la música tiene los discos como fetiches, gusta de mirar bellas portadas y tiene actitudes de amante.

Los que se bajan por sistema discografías completas son eternos advenedizos en un mundo que les ignora. Con esas piedras a otro tejado. El día en que me reciba un dependiente que no tiene ni idea ni gusto por lo que pido, y que lo mismo podría despacharme el embutido, dejaré de comprar música. Van a conseguirlo.