Europa, europa

13 de junio de 04

Marzo es ventoso y no entiende de política. Pese a ello, tuvo que convivir con una cita electoral. La posología dice cada cuatro años, no hay vuelta de hoja: ahora, junio está sudado, pero el próximo domingo trece irán más de los que acostumbran a misa de doce. Desde aquellos que creen y no practican hasta los ateístas militantes. Todos, “por si acaso”, coletilla que dejó escrita Woody Allen a propósito del más allá. Como ésta no es una época de héroes ni tumbas, hay que justificar las lecturas demoradas. La “fast culture” abarca la corbata de John Kerry y los noticiarios de televisión -menos mal que nos queda la prensa-. Y, hablando de leer, los programas electorales... ¿qué es de ellos?

La velocidad lectora suele ser inversamente proporcional a la leída comprensiva. Siempre es cosa buena saber leer, pero, seguramente, en estos tiempos de elecciones es casi más útil que de común. Porque de ello dependerá nuestro marco de actos, el modelo social: no es lo mismo pasear unas calles ilustradas y humanitarias que protegerse de las aceras. No es igual la Barcelona del autor de “Ronda del Guinardó” que la Atlantic City de Norman Mailer. Ni la España galdosiana que la Norteamérica de Henry James. Aunque no sólo de Kafka viva Praga, ni Dublín, de Joyce -puesto en duda ahora que se celebra el centenario de su “Ulises”-.

Uno es lo que dicen sus actos, y éstos dependen de su grado moral de libertad, esto es, de la vista pasada por lo escrito. El más difícil todavía se encuentra encuadernado, y, finalmente, la historia de las personas es la historia de sus lecturas. Y este elogio de las letras no la admite doble. La lectura es una, como aquella patria que algunos desearon para siempre en otros tiempos. Una, también, es la papeleta que se mete en la urna, si se quiere que el voto no sea nulo.

La esperanza de que sigan encuadernándose enciclopedias -por muchas “Encarta” que circulen-, de entrar en Margen y en Sandoval e inundarte de olor a libro y de que los quioscos abran de madrugada con las primeras ediciones de los diarios es fundada. Leer es un rito, aun cuando se practica para obtener información “rápido-ya”. Es natural buscar hemeroteca, el contexto de un conflicto o “sabuesear” una última hora en la edición digital de un diario. Sobre todo cuando se tiene, sobre la misma mesa que soporta la pantalla informática, la edición impresa del día. Leer es capital, y, ante tanta información que produce ruido desinformador, lo mejor es plegar velas y, como decía Umbral, dedicarse a la lectura unidireccional: “¿De qué le sirvió a Menéndez Pelayo tanto como había leído si luego no entendía a Bécquer y Rubén Darío?” A eso voy. Que todo confluya al unísono, todo relacionado con todo -el cierre de una biblioteca, la subvención de tal propuesta, el precio de los tomates-, la revelación de toda la política intravenosa que los indolentes no quieren ver. Huyamos de la linealidad y acerquemos la narración de Borges, la metaliteratura de nuestros cuentos y humos del día a día, ya que no existe otra vida que la cotidiana.

En su día ya pasamos de la manera lineal de pensar al descubrimiento de la imprenta, según McLuhan. “El medio es el mensaje” fue la divisa contracultural de los sesenta. Igualmente es aplicable hoy día esa consecuencia mediática proveniente de la intromisión tecnológica. Enrique Gil Calvo aprovecha la circunstancia y modifica al hilo de la actualidad: “El miedo es el mensaje”.

La letra pequeña del prospecto electoral son las promesas incumplidas de antemano en el programa político del bipartidismo. Ignoro si es justo conceder nuestro tiempo a estos abecedarios de propuestas y hojearlos. Pero, para tiempo, los cuatro años que estará el partido electo.

Somos gente impudorosa. ¿De qué otra manera se puede entender la sinceridad que, a bocajarro, proyectamos en las encuestas? La mitad de los españoles afirma no haber leído un libro en su vida. Ni adrede. ¿Y los programas electorales, entonces?

“La UE es una utopía, se pretende que el laicismo sea el cemento que iguale lo distinto”, ya que “la armonía en el mundo es una mera ilusión del espíritu”, afirma Manuel de Oliveira. El liderazgo es identificar un sentimiento. Imaginar que el PP piensa en Europa es como creerse a un Calisto sin Melibea. El PSOE lleva a Borrell, que es mucho llevar, pero su partido calla un viaje al centro que hubiese hecho las delicias de Julio Verne; para IU, Villarejo hubiese sido un cartel sin igual -¡un ex fiscal jefe anticorrupción!-, pero al final los problemas internos de la coalición lo han impedido a última hora. Borrell tiene para sí los medios y critica el exceso de poder de EEUU -pero no habla de retirar las bases-; también quiere un continente laico. Meyer promete pelear por una acción pública, “que proteja y regule, una Europa no basada en la competencia”. Fidalgo le desea buena suerte por el bien de España. Y no hay más: Oreja es un cadáver político.

La política europea es tan importante como la municipal. Lo concreto y lo abstracto. En un mundo globalizado, la zona euro es casi un país, con Constitución y todo. Una normativa europea sobre salud afectaría a las ganas españolas de fumar. Por ejemplo, la ministra española Carmen Calvo quiso bajar el IVA de los libros y discos y no la dejaron: “Que no puedes hacer lo que tú quieras”. La europea imposibilidad de bajar el IVA en la cultura demuestra que Bruselas va a estar más presente que la asociación de barrio. A partir de ahora, el convidado de piedra vivirá en Moncloa.

Algunos programas electorales salen a tu encuentro; otros hay que buscarlos para saber que existen: el bipartidismo es un jaque al pluralismo democrático. El desatinado orden mundial no lo cambiará la utopía en solitario, pero menos aún los partidos de mayorías: tienen unas cadenas económicas que les atan corto, les narcotizan. Son partidos salidos de fábrica para gobernar -el contrapeso de los minoritarios, en cambio, es la sesión de control del Parlamento-. El poder envilece y no lo hay que no sea despótico, como no hay guerra que no mate. Torna cacique al más desposeído, vuelve arrogante al humilde -el mayor acto de soberbia de Zapatero fue asegurarle a Pedro jota que no cambiaría, exactamente igual que sus antecesores y así acabaron...-. Por eso es tan importante el contrapeso moral.

Sólo el 45% de los ciudadanos de la UE está decidido a votar. En España, si la apatía no va a consulta, nos echaremos la culpa de lo originado y quizás el 14 de marzo nos volvamos a tirar por la ventana.