Un tranvía llamado Teseo

3 de agosto de 08

Valladolid, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hace la digestión del cocido y de la olla podrida y descansa oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro.

No hay nada más moderno que lo clásico. Por eso Delibes. Pero nunca estuvimos más en vanguardia que en siglos pretéritos. Cuando Vetusta habríamos tenido tranvía. El hoy, caciquil, hace ascos del ayer y se refugia disfrazado de futuro bajo el más antihistórico de los presentes. Las personas tenemos nostalgia de lo que no fuimos o pudiéramos llegar a ser. La ciudad quiere cirugía cuando se mira en el espejo ombliguero de su transporte urbano cojitranco. Y los ciudadanos se merecen lo que votan.

Podemos tener museos caros de arte moderno donde contemplar los cuerpos de ventaja que nos saca el caballo del futuro y museos de la ciencia donde cuestionar la planicie de la Tierra, que todavía hay creacionistas. Somos sanchos, sí, mucho sentido común –quizá demasiado…- pero segamos al Quijote la hierba bajo sus tacones. Nos faltan conciencia, ciudadanía y europeidad… porque nos falta Polis. Tuvimos palacios florentinos y, en un meter y sacar, se volatilizaron a golpe de excavadora. En la actualidad pagamos las consecuencias despóticas del urbanismo sin rostro humano y las acendramos con un chorrito de falta de exigencia. Los electores acabamos creyendo que las papeletas electorales votan la única democracia posible, cuando lo que hacemos es decidir modelos sociales: olvidamos nuestra responsabilidad en la –poca- calidad democrática que nos rodea. Delegamos en exceso, nos distanciamos de los representantes y luego, ¡encima!, les ponemos mala cara.

Mientras las demás autonomías tienen presidentes y parlamentos, la nuestra, borbonía. Así justificamos las Cortes. Nuestros consejeros del bosque estaban más en su papel metidos en el castillo llano de Fuensaldaña, por medievales, que en un auditorio. Pero querían jugar a calatravas de la política. Por ver si dan la nota. El burro sopló. Ya he hablado en varias tribunas de esa flauta mágica tan poco mozartiana.

Nos movemos en los trescientos y pico mil. Como Córdoba, como Bilbao. Ciudades que podrían pasar por semejantes a vista de avión. Pero nos diferencia mucho se mire por donde se mire. Y no sólo porque allí llegan Rolling Stones, Bruce Springsteen y la crema y, aquí, ni el gato, a pesar de las promesas tocacojones -“Vendrán artistas de talla internacional”-.

Estuvimos cerca del transporte fluvial, lo prometió la chica ésa que se va ahora a Madrid y de la que me pregunto si, al margen de lo de los barcos de vapor, tiene ideología, teoría política, vamos. Pero no hubiera estado mal un barquichuelo. Sin embargo, el castellano recio, otrora regio, prefiere la frase corta de Azorín a la poesía de vanguardia. ¡Para tener una línea de metro o de tranvía que cruce la ciudad no hace falta contar con la población de Nueva York! Que, lejos de congestionar el tráfico, lo alivia. Que lo entendemos al revés... Coimbra la Bella, mucho más pequeña, tiene vagones atusando el suelo. Y en Centroeuropa los raíles son setas que crecen en derredor. Y es que la cantidad, aquí, no afecta sobre la calidad. La estética, el bordado, ¿por qué no? La pregunta, obviamente, es retórica. El tranvía engloba, más allá de lo práctico, una cultura de urbanidad. ¡Si hasta el Madrid gallardonil lo tiene disfrazado de ‘metro ligero’! ¿Y Bilbao?, donde habitan dos flotas de autobuses, metro y tranvía. Y Valencia y Alicante y Barcelona y Málaga y Sevilla y Tenerife y Murcia y Parla y Vitoria. En Pucela seguramente no lo quiera nuestro insigne alcaldote conservadororcio porque tenemos población suficiente o porque precisa de escasa electricidad o porque su montaje es barato o porque racionaliza el uso de las calles ocupando menos proporción de vía que el autobús o, simplemente, porque es ecológico.

No disponemos, más allá de la hormigonera, de un urbanismo donde lastrar los huesos tumbados de nuestra supervivencia. Teseo gustaba de pasear ciudades laberínticas y Valladolid, hasta cierto punto, lo es, porque no hay satélite que recoja de caída su trazado. Y dice la leyenda que su mapa se enseña en las facultades arquitectónicas como anticiudad. Con todo reconozco que es cómoda, la tía, y la amo. A pesar de que el rey de Atenas no pueda escapar en trenes -una cosa que suena como muy griega, ¿no?-.

En Castilla hacemos tabla rasa. Nos gusta quemar la tierra con conceptos gruesos. Si Valladolid tuviera un millón de habitantes, tampoco dispondríamos de trenecito. Valladolid no echa pelillos a la mar sino canas al Pisuerga. Que, por más que nos empeñemos en pestilentes playas rociadas de desodorante, no es lo mismo.

Somos especiales. A uno, que vive en el exilio, le llegan ecos de empresas que se quieren establecer y a las que se ponen peros, aunque, en algún caso fueran casi promesa electoral. Si hubiera posibilidad de establecer una central nuclear no dudo yo que, juntas, diputados, consejeras y regidorías se pondrían de acuerdo. Para ellos eso debe de ser algo así como el futuro a pesar de que sólo aporta el 3% de la energía que se consume y en Estados Unidos haga cuarenta años que no se levanten. Y lo mismo, a tal efecto, modificaban el páramo gris en que ha quedado la plaza Zorrilla para situar tal que allí un reactor. A mí me gustaría llenar de contenido la belleza delicada. Pero somos cohorte, más que corte. Y eso se paga.

Recuerdo un día de Inocentes, corría el año noventa y seis. Este diario informó de que ‘la fiera’ -el apodo es mío- se había jugado el vello impúdico -o sea, la barba- al mus y lo había perdido. Ilustraba la ‘noticia` una foto lampiña y tonsurada del alcalde. Y, oigan, parecía alguien normal. Anodino, incluso. Un ser triste y pensativo. Sabe mejor que nadie que su pelambrera le adorna como al miope las gafas de diseño. Le da aspecto de papa Inocencio Diez. Si no fuera rala, se la afilaría más y el efecto sería total. Cada mañana, antes de anudarse la corbata se la repeina: en ella radica parte de su fuerza argumental.

Justifica la mitología que Teseo tuviera un florete; De nada le valdría ante el bastón de mando de De la Riva, amigo de las bestias. El tranvía será un as de espadas, pero las armas blancas nunca triunfaron sobre las de la clase dominante, que las poseen de fuego… o de destrucción masiva. Si Valladolid estuviera en la costa, el regidor no habría de ir fuera a tostar su moreno. Y si el Gobierno comprara suelo costero, le llamarían con veneno intervencionista. Pero nuestros desagües no dan al mar sino al Pisuerga imposible de drenar. Si lo vaciáramos veríamos en el fondo, lastrados, los cadáveres del progreso neo-neoliberal: un subsidio; unos abetos secos; un ladrillo de escuela pública; un bisturí sin usar; escenarios pavisosos, plateas afeitadas; una ventana del Pradera; pavos reales degollados; discos de coplas de ciegos que ven; listas blancas, negras, sobre todo; los trazados ideales de la ciudad; raíles de tranvía; bicicletas de Ámsterdam; pintura verde de carril bici; principios de prevención; contratos rotos por problemas de ego; la foto sin barba del alcalde, otra del presi con peluca cartel electoral; los récord Guiness que no conseguimos abrazándonos ni besándonos porque no es lo nuestro; los sabotajes para que la alta velocidad no aterrizase a tiempo; Celtas Cortos; caras largas; manifestantes aplastados; antenas de telefonía móvil; ladrillos del García Quintana; diccionarios mitológicos; los primeros artículos de Umbral; la obra completa de Delibes y la campana de coro.

Los trenes son medios de transporte eficaces como hilos de Ariadna: sus pasajeros no acusan retrasos, saltan a la comba las retenciones, su trayecto viene a durar menos y no precisa de gepeése, éste, aquél. Por ciudad, es lo más parecido a una bicicleta. Y, ante todo, posee la elegancia noble del pasado. Porque hay pasado que es. Por ejemplo, en el cerro San Cristóbal...
Digámoslo fuera de campaña electoral: una buena parte de vallisoletanos llamamos deseo al tranvía. Así, con minúscula y valor casi adjetival. Que nos jodan. Será Teseo. En una reunión subversiva hubo quien exclamó: “¡Estoy hasta los cojones de nosotros mismos!”. Lo recoge Aute en uno de sus libros de aforismos. Con todo, Valladolid, te quiero a pesar de tus gobernantes. Después de aprender a convivir con ellos, sobrevivo sin su sombra.

Una calle para Tomás

febrero de 08


Por mucho que el señor regidor quiera imponer –e impone- su obra y gracia, el perfil de la ciudad es el mismo desde el aire; el Pisuerga sigue en su sitio, tan sucio como siempre y; el callejero no expulsa ningún nombre propio. Pero lo va a hacer. Mejor dicho: va a expulsar algún nombre impropio. A no tardar, habrá que tirar por la cadena del váter el nomenclátor fascistoide del pasado yugoflechero que anida en algunas de sus placas. Y aquí es donde quiero yo meter una cuña: necesitamos una calle Tomás Hoyas.

Si la pila bautismal la llena el Instituto Nacional de Estadística, que entrega un censo con las calles, plazas y demás garambainas urbanas construidas en el último año, después, es el Ayuntamiento el que dispone. Y debería empezar a disponer en el terreno de los vivos. Nuestra institución ha de adelantarse y prever no ya las calles nuevas, sino las por remozar, que, además podría decirse que son, estratégicamente, importantes. Hay una bien céntrica que le vendría al dedo a nuestro protagonista: Primo de Rivera. Ahí, detrás de la plaza Mayor, al lado de Poniente, respirando el olor de las rosas que son en la ribera del río

Y es que uno considera que Valladolid debería cuidar a los columnistas que la glosan. Madrid, con su ademán de ombligo, no presta ojos más allá del Manzanares. O de la sierra. Y no se entera más que de lo que pasa a pie de su cielo. Pero cuida a los suyos: bautiza el mapa con apellidos rubricados en el mejor periodismo político-literario: Campmany, Haro-Tecglen y así. Gentes que escribían con los ojos cerrados y la mano abierta; gentes que, a su manera impresa, representan también la geografía en la que se levantan, viven, duermen y beben. Porque, ¿qué más puede pedir un municipio que un comentarista brillante de su actualidad?

Lo malo es, para algunos reconocimientos, tener que estirar la pata. Por eso en Rivas-Vaciamadrid, ese experimento rojiverde, esa Córdoba castiza, se han puesto las pilas y sus vecinos pueden pasear, sólo por la efe, por las calles: Francisco Brines, Fernán Gómez, Francisco Ayala, Fernando Trueba. Y luego, Juan José Millás, Vázquez Montalbán, Caballero Bonald, Josefina Aldecoa, Nuria Espert, Pilar Bardem, etcétera.

En Valladolid no hay para hacer un barrio así. Somos contenidos en nuestras expresiones culturales. Y las fuerzas centrípetas llevan a todos a ser de la capital, que, a la postre, es la que reconoce. Pero los vallisoletanos lectores tenemos en Hoyas al cuidadoso guardián del lenguaje clásico y, al mismo tiempo, al mejor hacedor de neologismos, toma ya. Tenemos el castellano de Castilla, ¡el castellano de Valladolid! ¿Y no le vamos a usar en beneficio propio para nombrar, aunque sea, un callejón del Gato? Pensemos, en justicia, repito, cómo llamar a esas calles vejestorio que, según ley, próximamente tendrán revestimiento democrático. Calles… o puentes: ¿imaginan el de la División Azul, llamándose puente Tomás Hoyas? Ea. O, si por mí fuera, echaba todo el alcohol y todas las cerillas del mundo en Platerías, siempre desbaratada, y se la adjudicaba bajo mano para que impusiera orden.

Pero como somos unos cutres ni siquiera hay una iniciativa editorial que antologue los artículos por los que tiene merecido el prestigio delibesiano que le emparenta con Carreter, Marías o Millás. Su artificio verbal acorta el espacio entre palabra y pensamiento como se dice que hace la poesía. Porque él, además de locutor, claro, es poeta. Como Umbral.

Dice Hoyas, doblador de Lee Marvin, ilustrísima columnista, escritorazo, que es difícil narrar sobre Región. Lo dice en su lenguaje de jaspe, de prosa silícea, respondiendo entrevistas por la cosa del Premio Delibes. Pero, ¿cómo no va a ser difícil hablar de una autonomía en la que el mismo presidente parece el concursante de un programa de telerrealidad que busca pasar inadvertido para que la audiencia no lo expulse? Mira, lo que tendrías que hacer es hablarnos más de ti, menos de la obligada actualidad y empezar a escribir un diario con guantes, una autoficción o lo que sea.

Donde la carpa no es pez

mayo de 08

Introito: Flaubert defiende que es mejor conocer a fondo cinco obras maestras que superficialmente miles de libros. Frente a esta verdad sitúo el aforismo estupendo y letal de Juan Ramón Hiperproductivo Jiménez: mucho y bueno. Tal vez hagan falta algunos ajustes, más presencia -superlativa- internacional, pero esta cuadragésimo primera feria ha sido juanramoniana: Aridjis, Gamoneda, De Melo, Aute, Tundidor, Esperanza Ortega, Tomeo, Borau, Hoyas más los autores a continuación capitulados. Pero, como la vida moderna no parece estar para muchas glorias y las limitaciones humanas son más que evidentes, así me fue, en cuatro apartados, la cuadragésimo primera edición de la feria.

Capítulo I: Albert Boadella (1943). “La obsesión por los níscalos es un rasgo diferencial del catalán”. Alberto –mejor que Albert- pasó por la feria para hablar de sus cosas. Crecí con su Orden Especial en las medianoches de La2. 1991 o así. Y nunca me he carcajeado tanto en un teatro como con ‘Ubú President’. ¿Queda clara mi adscripción? Ahora sacudamos el polvo.
De entrada explicó que el agua le produce ardor de estómago. Debido, claro está, a que llovía. Si hubiera hecho sol, otra gallina habría cantado. Concibe las Comunidades Autónomas como tribus. Llegó con las plumas y de tribus habló. Su discurso sobrevive en la idea periférica –en parte, real- de España como enemigo. Trasiega un proceso de desamor hacia una Cataluña “esquizofrénica”. Y la locura política y de los medios ha pasado a los habitantes. Cataluña, en fin, debe de ser un manicomio con costa. Seiscientos kilómetros de franja marina y una población ‘legal’ de siete millones y pico de pirados. Criticó, con razón, que el nacionalismo es una política de los sentimientos, pero incurrió en lo mismo: apelar a la cosa cojonuda: a los instintos. A fuer de payaso, el hombre, no puede sino exagerar. Dice que le insultan en los diarios condales. Pero calla que las cosas a las que se refiere salen separadas de la información. Él, que defiende la libertad de expresión, sabe a lo que me refiero. Resulta que le llaman ‘hijo de puta’. Pero no como cuenta, sino en catalán y en una plaza de toros. Luego, sí, la anécdota salió comentada en una columna. Su alocución estuvo plagada de medias mentiras. Se siente solo pero combate el silencio con el eco en el resto del país. “Vivo autoexiliado”. No deja claro si no actúa en ‘su’ tribu porque no le llaman o porque saca más rédito no haciéndolo: hay fracasos que te aúpan. Es un exiliado –autoexiliado- que vive muy bien. Y, aunque llegó con un premio de ensayo bajo el sobaco, se mueve mejor en el pensamiento circense que en la cuerda floja de la reflexión profunda. Ser “traidor nacional” en Cataluña le da público en el resto del Estado. Y le sale a cuenta. Gana dinero… y federiquillos. Se trata de llenar la platea. Dice Julio Anguita que, para resultar convincente, es necesaria la autoridad moral que desemboca en el respeto. Sin resultarme en absoluto convincente, Boadella se me hace respetar histriónicamente. Lo más grande es que, sin parecerme axiomático, lo que hay detrás de sus fuegos artificiales simula serlo. Si a una exageración le quitamos el exceso de helio nos acercaremos más fácilmente a la verdad.
Y no es sociólogo a pesar de que hayan condecorado su pechera con un famoso premio de ensayo. El discurso de Boadella está lleno de saltos ontológicos y chascarrillo doméstico. Se lo puede permitir y se lo exigimos. Pero, cuando este anarquista de salón se puso a hablar de poesía, desbarró del todo. También ideó la cuadratura del cuadrado a través de frases como la siguiente: “Lo fantástico es lo más imaginativo”. ¡Magnífico! Además, se deslizó por el razonamiento con acné: “La realidad no es lo que se ve a primera vista”. De todos modos, rascando, en esa afirmación podría hallarse la razón de su escepticismo. O de su relativismo moral, peligrosa doctrina ‘neocon’. ¿He dicho doctrina? No, por favor: digamos, creencia. ¿Creencia?: no… ¡libertad! Eso, ¡el relativismo es una facultad del alma en las mentes de los neoliberales! La realidad aparente es falsa… empezando por la piel de plátano del pensamiento único. Engordó cinco quilos cuando, al final, recibió aplausos. Maneja las masas. Un poco milnovecientosochentaycuatroísta para alguien tan libre. Pero bueno.

Capítulo II: Francisco Umbral (1935-2007). “Era la hora feliz y perezosa del paseo por Santiago, con una primavera previa en la calle, como un marzo dormido, lento y lleno de vida en las copas del cielo”. El Luis XIV de las letras reinó en el periodismo literario y en la prosa más abrasadora del veinte. Pisó fortísimo con botines rojos de piqué. Maestrísimo delante de quien me quito el sombrero y el cráneo. La forma como rasgo esencial. El argumento me parece prescindible de cuidados. El contenido lo doy por supuesto como en el soldado la valentía, pues en todo acto de comunicación debe haber un mensaje que una a emisor y receptor. Pero, igual que Gamoneda deslinda el lenguaje poético del periodístico -y, por extensión, cualquier lenguaje informativo-, del de la comunicación -y en ésta, la columna y la denuncia-, yo deslindaría el lenguaje literario de cualquier otro. Luego, discutiríamos subdivisiones. Sabiendo que ‘activistas’ de la sencillez como Marsé o García Montero cumplen su cometido de manera soberbia y producen alta literatura. Umbral, entre la mejor escritura en español de las enciclopedias, floreció para siempre gracias a un intelecto y una prosa poética características de galaxia lejana.
Este aristócrata proletario del verbo difícil amaneció a la literatura desnudo de remiendo. Vio la marmita y, en vez de caer en ella como Obelix, se tiró de cabeza. Se comió todas las letras y no se indigestó. Su pluma era una fusta que ponía firme –o doblada, según quisiera- la sintaxis. Sodomizó la vulgaridad oprimiendo con justicia la certitud de los tiempos. Académico sin academia. Alusivo genial. Protagonista brillante de su propia reflexión, hizo del yo un superyó sin connotaciones. Luis XIV. “Inventó el idioma, utilizó el castellano como un torrente, continuó la tradición del 98 y del 27. Tenía una prosa tan deslumbrante como la de Valle Inclán y la capacidad de invención de Gómez de la Serna” -Raúl del Pozo-; “Para él, escribir era una manera de no estar en el mundo, de prolongar su infancia. Escribió más de 20.000 artículos y practicó todos los géneros. Nadie se le puede comparar” -García Posada-.

Capítulo III: música y poesía. Eugenio Trías, Enrique Gavilán y José Luis Téllez depararon la mejor mesa. De los pocos autores que sitúan la música en objeto de reflexión. La poesía, en origen, es música. Lo había recalcado días antes Jesús Hilario Tundidor. “La música es un lamento por la fugacidad del tiempo” –Gavilán-. Contra los existencialistas, Trías se puso platónico: “Todos hemos vivido dos vidas: la primera, en estado protológico”, para pasar a recordar que la música “está presente antes del nacimiento, en el estadio de preexistencia”. Téllez contrastó el primer cuarteto de un soneto de Garcilaso con el arranque de una pieza de Schubert. Fue, silencio a silencio, acento a acento, rima a rima, estableciendo las comparaciones pertinentes. Resumiendo: el poema depende de las propiedades musicales del texto y “la estructura sintáctica de música y palabra, coinciden”.

Capítulo IV: futuro. Cuando el alcalde lee el discurso que le preparan y cita el orgullo que supone para él la feria, habría que solicitarle mayor atención económica. Aunque, la verdad, gafe él, mejor que la deje, virgencita, como está. ¡Que siga siendo castellano y leonesa! ¡Menudo calzonazo el gobierno regional!, dejarse chulear. El alcalde vallisoletano es un caballo de Atila que arruina cuanto galopa: bailes, danzas, sanbenitos, semincis, teatrosdecalle, subvencioneseuropeas. En su cortijo no quieren actuar los Rolling Stones.

La cultura tiene precio. El orden artístico-cultural, a pesar de ser –o, precisamente por ello- causa motriz de nuestro eticismo, nuestra percepción, nuestro desenvolvimiento social, educacional y de desarrollo, no suele ser rentable en término material. Y, claro, la derecha anti subvención, que transforma las elecciones en desfile militar, no pone la pasta. Con esa ideología, la cultura se va a la mierda. Mal está querer que le paguen a uno el soterramiento, sin más, las empresas, pero pensar que hay rockefelleres para sufragar la cosa del libro es ya de lunáticos. Es tan contumaz que no seguirá los pasos en retirada de otros compañeros de aznarato. Por su parte, Diego Valverde Villena, poeta culto y exquisito, capea el temporal. Mantiene el nivel. Cuando García Simón se fue, mostré mi escepticismo en estas mismas páginas. Ahora reconozco que Valverde Villena llegó en buena hora. Estoy frente a los que critican destructivamente la feria. Con los mimbres que hay, él hace finuras.

En otro orden, y para poner fin, manifiesto mi acuerdo con unas palabras que escuché a Paco Alcántara: esto parecen unas jornadas literarias, unos cursos. Al margen de las conferencias sería preciso atraer la atención de editoriales y librerías, también, foráneas: llenar las casetas del paseo Central de oferta interesante. Libros que no sean los de siempre, de los que no estudian escaparatismo el resto del año. Lo suyo sería poder dejarnos sorprender, en definitiva, por la presencia real del libro en la que dice ser su feria.

La suerte

-marzo de 08-

Hipócrates no está de moda porque despreciamos la vida yendo a las rebajas. Los ministerios de economía se privatizan con políticas de cheque regalo y mi voto no vale lo mismo que el tuyo. El método hipocrático duerme en los libros de texto y el conocimiento queda para decorar el interior de los contenedores.

El arte viene de serie en Ikea, todos comemos en la misma cocina y leer poesía es una ¡extra! vagancia, un dormir en pajas. Yo mismo ignoro qué tiempo gano, y no pierdo, en estas líneas contaminantes y prescindibles. Dragó se pregunta en su último libro, a partir de la Triple Ley de Lem, para quién escribimos, a qué surcos de tierras áridas arrojamos nuestras semillas. “¿Tiene algún sentido seguir publicando?”. ¿Y pintando? ¿Y haciendo música? Por extensión, ¿tendrá sentido leer, acudir a exposiciones, conciertos, comprar discos? La cultura, todo lo más, se consume a regañadientes como un producto caducado.

La Asociación Cultural Bocallave propone escribir con óleo miradas de cine; pinchar claves mal temperados si hace falta y escribir con rotuladores de color versos casuales. Ignoro si José Luis Romero, aglutinador de la cosa, posee alguna respuesta –seguro, preguntas-. Pero se empeña en vestir las escamas del salmón para que este páramo castellano no lo sea también cultural. Exposiciones, conciertos. De este palo.

El otro día se sacó más de sesenta artistas de la manga y los llevó a pasear al Patio Herreriano. Pinturas -algunas, esculturales- para que cuatro jugadores Dostoiesky hicieran más de lo que pueden. Cuatro jugadores-poeta. Poetas: ¡qué prehistoricismo! Gentes, al fin, que se jugaran la inspiración a la ruleta del azar que todo lo acompaña. La cuestión era poner los sentimientos sobre el césped del museo como si fueran cartas testiculares boca arriba: los artistas, se sabe, viven siempre por encima de sus posibilidades –terrenales-. Doy fe de que se disputó un Juego de la Boca sin patadas en las espinillas y con surrealismo floreciente. Paco Alcántara hizo una conexión en directo desde la radio pública y, por la tarde, el eco de las bocas salía en diarios digitales de alcance nacional -‘Público’-. Debió de ser importante, pues.

Hipócrates no está de moda. Pero brotó su entendimiento vitral de la supervivencia en forma de casillas, repartida en nueve ciclos de siete años por metro cuadrado. Uno se vio arrastrado como los rastrojos ante el torbellino. El sendero prohibido de la creación se abría como las aguas del Jordán. Luis Marigómez representó el infortunio. El laberinto, la posada, el pozo. Diego Valverde Villena se libró del anti doping –habría dado positivo-: en cinco tiradas se cepilló la partida: los hados le proveyeron tiradas exactas. Eva Sanz dio la nota -y el acorde francés- chimpón chimpón. Los nervios se relajaron y un par de cigüeñas –eran, en realidad, ciguñuelas- cruzaron el patio de los Novicios. Los contrarios se dieron cita en representación de la vida. La muerte no era muerte: te obligaba a empezar de nuevo. Después, en la comida, descubrimos el conocimiento nomenclátor y erudito que Valverde Villena tiene del acento circunflejo que la ropa interior posee en París. Llegaron prostitutas que recitaban a Petrarca, se habló en francés y en japonés. El inglés ya no suma puntos: opté por callar.

Una alegoría, una traslación. Cada casilla, un concepto. En vez de gansos: labios, dientes y lenguas. ‘De boca a boca y digo porque me toca’. De la partida dieron cuenta medios de comunicación que se portaron por una vez como fines. El Juego de la Boca es un peldaño más en la escalera de operaciones de la Asociación. Esperemos que nadie corte el césped bajo sus patas de madera, pintura y poesía. Y que los dados nos lleven a bocas dentadas de un azar tan positivo como el del Derecho que cuenta.

Los gatos lo sabrán

Inédito -22 de abril de 07-

En sus ojos cabe el misterio amable de la vida. Tienen el olfato adornado con bigotes. Qué bigotudos, pero, ¡qué bigotes tan largos! ¿Se han fijado? Los gatos no son cualquier cosa: poseen un aire aristocrático que engrandece su pose: mitad de vaca sagrada; mitad de escultura egipcia: tumbados, semi tumbados, incorporados. O a cuatro patas como los perros.

El gato, ese dandi vagabundo, bohemio asistente a fiestas vip, que bufa, bienhablado la mayoría de las veces. Educado, un tanto altivo. Fino y limpio como pocos, se reboza en la hierba y por el suelo.

Cuando está sentado sobre las patas traseras, el tobogán de su espalda muere en un rabo epilogar: es como otro bigote sin el cual no podrían pasear los precipicios, los desfiladeros, las barandillas. Los gatos transitan el riesgo como el mejor de los funambulistas. Sin pértiga, sin red. Saben que, en caso de perder el equilibrio –que, para ellos, es más difícil que encontrar la aguja del pajar-, caerán de pie.

Los gatos, también, como cualquier ser racional, tienen opinión y derecho a manifestarla, a disentir dentro del pensamiento único. No aceptan las dos caras de la misma moneda bipartidista. Quieren, sencillamente, otra fábrica de moneda y timbre. Cuando se cuelan en las imprentas ponen todo patas arriba. Como cuando te enseñan el estómago abierto para que se lo acaricies mejor. Luego, te cogen la mano con las patas delanteras y usan las traseras para arrearte zurriagazos en el antebrazo. Imagínense a un animal de éstos recibiendo órdenes sobre lo que tiene que escribir, acallado. Difícil, ¿verdad? Antes su cadáver haría las veces de alfombra amaullada.

Por eso alguna vez los cadáveres gatunos han corrido por parques y ciudades como los de los humanos por el Ganges. Recuerden: entre el Retiro y el botánico, la cosa conservadora –que igual tala flora que asesina fauna- se cargó hace siete años a dos mil gatazos. Tengan cuidado con el veneno aromatizado de su programa electoral, es un consejo. Que huele a Chanel pero resulta letal como el gas sarin.

¿Por qué se matan tantos gatos?, se preguntaba Umbral cuando aquello, cuando las matanzas populares y los ríos de sangre marchitando el crecimiento de las margaritas sin opción al sí y al no. “La política que se lleva con los gatos es la misma que se lleva con las putas o con los inmigrantes. Una política de exterminio que no entiende o no quiere entender que los animales, los balseros, las hetairas, están ahí para algo, por algo, y que han estado siempre, antes que nosotros, del mismo modo que nos sobrevivirán”. Loewe -que no Chanel- la gata de Umbral, escribe los placeres y los días cuando su amo anda malito o, directamente, permanece enfrascado releyendo botines blancos de piqué –piqué con minúscula, no confundir-. Fue precisamente Loewe quien enseñó al premio Cervantes, durante la hora sacerdotal de la lectura, la beneficiosa relación que une a ser humano y animales.

De un poeta a otro: “Seguirán otros días, voces y despertares. / Rostro de primavera, / sufriremos al alba, / los gatos lo sabrán”. Cesare Pavese. El italiano sabía que la lluvia ligera podía caer como un aliento. Pero la impermeabilidad de los chubasqueros democráticos últimamente corre pareja a la de los bañadores conservadores.

¿Volviendo? a la poesía, don Pablo Neruda tuvo que dedicar un capítulo en prosa de su poemario Anillos a la desaparición –o a la muerte- de un gato. Y yo trato de buscar entre los bajos de los coches, en los alféizares, al don gato presidencial u opositor, a ese felino neoyork que viste sombrero, gabardina y seguramente es amante del jazz. No puedo buscarlo en los tejados, pillan tan altos. Pero hay zonas bajas, residenciales, en las que, poniéndome de puntillas como una bailarina, logro avistar familias gatunas. Acompañadas pero libres, claro. Por eso no están en los zoos ni en los circos.

Terminemos la prosopografía. Y salgo ya de mí. Puro perfil ajeno. María Soledad me dice, entre lágrimas que lagunan, que se ha escurrido de su vida un michino con el sigilo del aire –el aire es sigiloso cuando no silba-. Le digo ya lo sé. Cualquiera que haya leído a Neruda lo sabe. Era un felino pulquérrimo, como todos. Su esmero delicado, no obstante, contrasta con la naturaleza de sus distracciones: raspas de pescado, ratoncillos, cualquier objeto que al caer contra el suelo produzca ruido. Y, si tiene un charco a la boca, beberá de él. Aunque disponga de agua mineral. Será por la sequía, por el ahorro de agua. El gato, según vemos, es, además, un animal concienciado. Incluso en España. Incluso en Valladolid. Adopten uno.