Brizna de vagones

8 de julio de 2014

“Adónde, pues, mis ojos para buscar tus ojos”. Tino Barriuso. La vida no es viaje, es un punto muerto zarandeado; sensación apócrifa que la cultura nos pasa por el lomo con mano de papel. Desconoces si eres viajero o mercancía. Y por cada palenque abierto, dos señales de stop. Nunca un guardabarrera pronuncie: “Hoy te queda / La infinita pobreza del que nunca / Tuvo el coraje de mirar adentro”. Al otro lado, traspasado el cristal, la vida sonríe con gesto de añagaza. Las gafas de sol te permiten inventar dos párpados tiznados bajo llave. Si hubo fogata no lo sabremos, el andén rebosa máscaras, igual que el paisaje. Ruinas sí hay: con vistas al mar. Los dedos se nos antojan huéspedes. Estrechamos las manos al surrealismo: el peligro está en asomarse al interior, no al exterior. Un paso al frente. Detrás, como un espía o un guardaespaldas, el futuro se apacienta. Toma apuntes. No tiene prisa. Llega quieto a todas partes. Es una res con el cuello torcido, inmigrado de un cuento fantástico. Alguien lo sabe y canta: ‘Vuelvo con esa chica tan guapa, / que me maltrata tan bien’. ‘Punto cero’. “La eternidad posada en el instante”. Así son los besos. En sus raíles comidos descansa la vida. “Y si te acuerdas, / Le dices a la muerte que espere un poco más”. No vuelve a crecer la hierba en la estación que pisa. Dos mil catorce. Verano. Ignoramos si es estación causa de otoño o consecuencia de primavera. Si existe, si es mueca, si impasse, si ha muerto. Si el convoy que la atraviesa une dos puntos o los separa. Origen y destino, los viajes persiguen la vida, no la alcanzan. Pero siempre dejan, como ella, cicatriz. Dos puntos. Como los ojos. Dos puntos son poco. Lo sé porque me los pusieron en la frente de pequeño. Pero saben a mucho. No los cambiaría por tres. Ellos me dicen ‘destino es el beso que detiene el tiempo en el tiempo’. Pequeñas eternidades de vida precaria en la que nunca faltan túneles para disfrute de la boca de salida, ya da igual si sonríe.